Hay momentos de mi en todas partes: esa es la cuestión.

Hay momentos de mi en todas partes. Me desdoblo bajo mi mirada subjetiva, en un intento constante de objetivarme. De entenderme. ¿Quién soy? Existen miles o millones de versiones de mi persona, creándose en cada escenario y según las diferentes personas a las que enfrento. Diferentes en una sola, multiplicándose a una velocidad alarmante. ¿Cuántas versiones de mi habrá el día en el que muera? No saber quien de todas soy, a la vez de comprender que soy todas y no soy ninguna. Y aun así, tengo que ser alguien. Yo misma, o fuera de mí. Porque existir no es solo ser, sino también ser creado, ser visto, ser imaginado, ser deseado.

Pues, ¿quién soportaría los daños y perjuicios de un hogar, el desmán de una madre dolida, la afrenta del que mira desde lejos, las penas del amor diluido, la tardanza de una herencia, la arrogancia de ser igual, los insultos que sufre el abandonar el nido, pudiendo cerrar cuentas uno mismo con un simple adios? ¿Quién lleva esas cargas, gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida, si no es porque el temor al más allá, el hogar fuera del hogar el cual ningún individuo regresa, detiene los sentidos y nos hace soportar los inciertos que tenemos antes que permanecer en el que preferimos ignorar? La respuesta no está ni dentro ni fuera. Tal vez exista o tal vez no.

Me pregunto si existo porque simplemente lo hago. Existir. O si mi existencia se reduce a los mitos y leyendas, a lo imaginario y lo terrenal. Existo porque alguien quiso una hija. Alguien pensó en una hermana. Otro fantaseó con una pareja. Pero, ¿qué queda de mí cuando esas imaginaciones ajenas se desvanecen? ¿Quién soy, entonces, más allá de lo que los otros han querido de mí? No es muy lejano pensar que yo misma me imaginé, existiendo y viviendo. ¿Cuando me imaginé creando algo más además de lo que aparentemente soy? No se si lo soñé o solo lo hice. ¿Qué vino primero: el deseo o el hacer? Esa es la cuestión.