mobile isologo
buscar...

Hay cafés que saben a besos

Empieza a escribir gratis en quaderno

Era raro cómo se aparecía de golpe, como si la memoria tuviera ganas de jugar.

Estábamos hablando de cualquier cosa, una tontería realmente, y de repente su boca cayó sobre la mía como un accidente planeado. Al principio fue torpe, un poco de risa tímida, pero después se abrió algo, como una puerta que no estaba cerrada con llave y a la que él me dio acceso sin pensarlo. Y entonces su lengua, húmeda, insistente, continuó buscándome como si hubiera estado esperándome desde hace tiempo. Sentí ese calor inmediato, como ese vapor que sube cuando metes la cabeza en la ducha caliente.

Había saliva, jadeos, ese choque desprolijo de dientes que te hace reír en medio de lo intenso. Pero después la risa desapareció y quedó solo el deseo: húmedo, urgente, como si estuviéramos peleando para ver quién se devoraba primero. Mi sangre me retumbaba en los oídos y yo sentía que me estaba hundiendo en él, entre sus manos, en su olor y en su calor.

Me agarró de la nuca, fuerte, y entonces sí, se me fue el aliento. Literal: tuve que elegir entre respirar o seguir pegado a esa boca. Elegí quedarme, claro, porque así era yo. Y ahí me rendí, porque no había manera de pensar nada. Aquel no era un beso para pensar, era un beso para perderse, para sentirse. La saliva mezclada, la respiración cortada, como si los dos estuviéramos apostando a ver quién aguantaba más sin separarse. El aire se volvió secundario, como si de verdad pudiéramos vivir así, respirando del otro a bocanadas.

El corazón me latía como loco, como si quisiera escaparse de mi pecho para irse a vivir dentro del suyo. Y cuando al fin nos separamos, con la frente pegada, me di cuenta de que realmente me dolía el pecho. Me dejó sin aire, como si me hubiera sacado los pulmones y me hubiera dicho: “a ver, intenta sobrevivir sin esto”. Y sobreviví, claro, pero sentí que no volvería a ser el mismo. Me quedé ahí, con la boca caliente, convencido de que los besos eran un idioma más claro que las palabra. Cruzamos miradas. Ninguno dijo nada. El idiota me sonrió y yo entendí que no iba a olvidarlo nunca.

Ahora tengo frente a mí una taza de café. El vapor me empaña los ojos, el calor me golpea los labios, y no puedo evitar la comparación. Tomo un sorbo lento, siento cómo me quema apenas, y ahí vuelve todo: la humedad, la urgencia, el temblor. Y pienso, medio en broma, medio en serio, que hay cafés que saben a besos, y besos que saben a café recién hecho.

泉锐 𝕬𝖘𝖙𝖆𝖗𝖎𝖊𝖑

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión