Mientras caminaba, a más de once pies de altura, recogía su mirada entre las nubes. En no retorno fue instruido sin saber que se dirigía a un destino terrible, un indicio del horror. Ni siquiera se detuvo. Sin madre. Dispuesto a representar al mundo. Incansable, con cabellera abundante, su rostro tenia a la apariencia de quien hace peguntas. Los demás eran sombras, apuntados como tipos americanos, indignos de llamarse humanos. Derrochadores y malvados. Vestidos de color gris claro, de barba rizada, más faroleros que retraídos. Clasificados, quedan a las faldas de la cordillera. En contraste, como sacerdote inglés, se sentó en la cima esperando la prestancia de la tumba.
FUENZALIDA O, L. Turgueniev (¿¿? ¿-¿¿??). Después del viaje, alcanzando más de trece pies, se sentó al lado del caniche que dormitaba enrollado sobre sus patas. Hecho un vistazo alrededor y encendió la vela. Entrecerró los ojos pensando en el futuro. La cama blanda se encogía bajo su pecho, su fiel guardián tenso en la habitación contigua, esperando que el ronquido severo le indicará el descanso. La luna iluminaba el contorno de lo que fue alguna vez un lugar familiar. Lo cubría la nieve. Las puertas al inframundo era su entrada al hogar. Transparente e insomne de nuevas aventuras en compañía de sus devotos de nariz acolchada.
En la cima se erigió una casa, con el hombre y bestias mansas que ya no respiraban. Sus paredes se mantuvieron luego del hallazgo. Produjo un bosque. Sus hijos le han olvidado.
Imagen de Pexels. Propiedad de Carlos Felipe
Verónica Abir
Solo lo intento cada día, como respirar. Ves tus ruinas como son, libres de la ilusión, las expectativas (...) de modo que por fin puedes empezar a contar las tuyas. BELMAR, Issac
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