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                                                      HARTAZGO

 

—¡Estoy podrida de este encierro! Podrida de ocultarme de este mundo que sigue cambiando mientras sigo enclaustrada en esta casona fría y oscura. Podrida de los gritos de mi abuela que va de un lado a otro controlándolo todo…. ¡Vieja loca!

— ¡Limpien… limpien… que capaz hoy regresa! -, dice, señalando el borroso retrato de un desconocido, mientras mi madre, mi hermano y yo, acomodamos muebles ya acomodados, limpiamos ventanas limpias y barremos pisos ya barridos.

— ¡Vos, nena: llená los floreros!... Siendo que los floreros ya tienen agua, pero las flores están marchitas. Todas las flores de los floreros están siempre marchitas. Yo le digo que cambie las flores, y ella:

 - ¡No!... ¡Así se quedan!

Vieja mala… Y todo por si llega a venir el hombre del retrato borroso…

—¡Limpien, limpien!... ¡llenen los floreros! …Y así, todo el santo día. Tanto son mis nervios, que apenas vine aquí dejé de menstruar, pero no estoy embarazada… nunca tuve novio, ¡Ja!... como la letra del tango…

—¡Los muebles, los pisos, los vidrios y el agua de los floreros!... ¡Y no se les ocurra acercarse a la puerta ni abrir las ventanas porque se pueden enfermar!... Y con estas triquiñuelas, la vieja nos tiene de rehenes... Pero se terminó… ¡Me harté!

Mientras los demás limpian, me dirijo en silencio hacia la puerta, bajo con mucho cuidado el picaporte… Y ya estoy afuera. ¡Libre al fin!

 —¡Qué cambiado está todo! Solo hay silencio. Me acerco a la acera desde donde observo las calles desiertas y las casas que parecen vacías. Todo está vacío, silencioso, sin vida…

—¡Dios mío! ¡Ahora sé por qué las flores están siempre marchitas!

 

Roberto Dario Salica

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