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Me dolía la memoria,
cada recuerdo era un filo,
una grieta en el pecho,
un eco que no moría.
Me dolían los ojos,
gastados de tanta arena,
de soles que no alumbraban,
de un horizonte sin fe.
Me dolía el espejo,
ese cristal que mentía,
que me devolvía un rostro
que ya no supe entender.
Habían hecho harapos
mi amor y mi cordura,
como tela deshilachada
bailando en un atardecer.
Y aca estoy, entre ruinas,
remendando los jirones,
cosiendo con hilo débil
lo que un día fue mi piel.
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