Sentada en el sillón. Enciendo el televisor. Espero ver otra cosa; algo distinto quizás. El resumen de noticias comienza. La pantalla se inunda de una imagen siniestra. Algo que no había pedido ver. Así de sencillo. Si me lo hubiesen preguntado, habría escogido algo más optimista; más positivo. Es imposible que mire hacia otro lado. No puedo hacerlo. La curiosidad es más fuerte y me lleva a seguir mirando. Aún me arrepiento de eso.
Una y otra tanda publicitaria. El estudio televisivo se funde en un laberinto sin final. Un estallido entre la tragedia que acaban de anunciar y un debate que está por comenzar. Discursos que se cruzan. Unos que mueren por saber la verdad y otros que murieron porque la verdad no se supo. No puedo más. Mis sentimientos no pueden soportarlo. He abierto una represa que ya no puedo reparar. Las lágrimas corren sin control. Tengo un nudo en la garganta y no logro decir nada. No puedo decir nada. He quedado sin palabras.
Pude notarlo. Logré descifrar el mensaje. Estuvo a metros de mi puerta y no pude verlo. Es el momento. Tomo consciencia de que el mundo es más grande que yo. Que todos nosotros. Que un titular de noticias. No está muy lejos; sino fuera de mi ventana. Más cerca de lo que creo. Y no se parece a lo que veo. Ni siquiera se acerca.
Todo cambia. La realidad se distorsiona. Nada es como el ayer. Como si luego de bajar el telón, hubiese alguien destinado a reescribir nuestra historia, la historia de nuestra vida. Como si cada mañana, nos encontrásemos frente a una nueva realidad. Un universo paralelo; diferente a aquel donde nacimos.
Me sumo en una profunda tristeza. No logro levantarme de mi asiento. Una vez más, la balanza se inclina hacia el lado incorrecto. Dónde se ubican los que creen tener la verdad de las cosas; aquellos que harían lo que fuera para vender una primicia. Sin que importe lo que sucede detrás, así es como cualquier acontecimiento viaja por nuestros oídos a la velocidad de la luz. Considero que, si pusiéramos nuestros esfuerzos en aquello que verdaderamente importa, quizás podríamos cambiar esa utópica realidad en que vivimos. Aunque no implique mayores complicaciones, evitaría exponernos a eventos trágicos al encender nuestra pantalla.
Eso no fue lo que sucedió esa mañana. El impacto en mi rostro me expuso a la incertidumbre. El tiempo invertido resultó en vano. Más tristeza a mi alrededor. Sabiendo que, a escasos metros de mi puerta, no pude evitar lo que sucedió. Más cuando involucró a alguien especial para mí. Para todos nosotros.
Su nombre era Lucas. Aunque ese no es su verdadero nombre. Por respeto a su familia y su memoria, dejaré las cosas como están. Buscaré honrar los momentos que, como amigos, vivimos juntos. Tenía 25 años. Su vida por delante. Sueños y promesas por cumplir que jamás podrán hacerse realidad. Sobre todo, para su hijo. Creímos que era feliz. Al menos, así lo veíamos. Su esposa, una joven sumamente hermosa, lo amaba con locura. Nunca me hubiese puesto a pensar, ni en mis peores sueños, que sería ella quien acabara con todo. Quien le arrebatara la vida a la persona que decía amar. Increíble estar hablando de eso. Quisiera despertar de esta pesadilla; que alguien me diera una palmada en la espalda y me dijera que esto ha sido una mentira. Eso no sucederá. Él jamás regresará.
No pido demasiado. Espero que la justicia se quite la venda de los ojos y actúe como corresponda. De este modo, quien no solo arruinó su vida sino también la de su hijo, pagará por sus pecados. Un inocente ha perdido a su familia. Un inocente no verá crecer a su hijo. Un inocente no podrá esperarlo tras regresar de la escuela. Quien tuvo el honor de conocer a Lucas puede estar seguro de una cosa; su hijo no repetirá la historia de sus padres. Porque la violencia no nos lleva a ningún lado. No es la solución a nuestros problemas. Ni aquí ni en cualquier otra parte del mundo. Los insultos, golpes, gritos y agresiones físicas no hacen más que oscurecer el alma de quien produce dolor a otros. Lo convierten en una persona malvada y con el corazón entristecido. Ninguno de nosotros piensa en eso al nacer. No lo creo.
Evitando que se convierta en una cuestión de género, al oír la noticia del fallecimiento de Lucas en los medios de comunicación comencé a pensar en una cuestión sumamente importante. La violencia no nos pertenece; no es propiedad de unos o de otros. Debería desterrarse el mito de que los hombres son inmunes a ella. Más cuando es su pareja quien efectúa el primer golpe. El motivo es claro. Puede pasarnos a todos. A cada uno de nosotros. En cualquier momento y a cualquier edad. Lo peor sucede cuando la sociedad presume que, por el mero hecho de ser hombres, han de ser fuertes y no manifestar sus emociones. Ni que las hormonas que corren por su cuerpo fuesen una pócima que los librará de todo mal. Quisiera que hubiera conciencia sobre el asunto. Así como el género femenino, ellos también tienen sentimientos. Muchas veces se los descarta. Como si para nada sirvieran.
Así también, sufren la discriminación. En más de una ocasión. Tal como le sucedió a Lucas cuando tomó la decisión de denunciar el abuso al que era sometido. Fue apodado de “marica” por dejarse golpear por una mujer. Por cosas como esas, por haber ignorado su pedido de ayuda, es que se perdió una vida como la suya. Donde tenía todo por ganar y nada por perder. Una vida que se agotó en cuestión de minutos. Algo que se podría haber evitado si hubiera sido escuchado. Si hubiese recibido ayuda cuando la necesitaba. “Estás perdiendo tu tiempo” le dijeron. Y fue su vida la que terminó perdiendo. Deberían sentirse avergonzados por ello.
Espero que la muerte de Lucas no haya sido en vano. Podríamos unir nuestras fuerzas para acabar, de una vez por todas, con la violencia doméstica. Para hombres. Para mujeres. Para todos. ¿Suena complicado? No si lo intentáramos.
Poposhina.
😇
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