No me siento cómoda en mi propia piel.
Me aprieta. Me raspa.
Como si no fuera mía,
como si me la hubieran impuesto para seguir.
Y a veces no quiero estar.
Ni en mi cuerpo, ni en mi casa,
ni en esta vida que parece burlarse de mi.
Cierro fuerte los ojos,
como si así pudiera deshacer lo que duele,
como si apretando los puños lo suficiente
pudiera detener el mundo un rato
o hacer que todo vuelva a ser como antes.
Pero no vuelve.
Nada vuelve.
Y aunque no nombre las pérdidas,
aunque no las diga en voz alta,
me habitan.
Me recorren los huesos,
como sombras que se acuestan conmigo cuando ya no queda dónde huir.
Tuve un hogar alguna vez.
Uno donde me alcanzaba con ser.
Un rincón que olía a refugio,
a ternura sin condiciones,
a calor que no pedía explicación.
Pero se perdió,
y ahora el silencio me responde cuando llamo,
y el frío no se va, aunque me abrace muy fuerte.
Intento.
Juro que intento.
Sonrío,
respiro,
le pongo flores a mis ruinas.
Pero la vida no me devuelve tregua.
Me castiga las ganas.
Y yo me agoto de intentar no rendirme.
Estoy cansada de ponerle la cara a todo,
como si con eso bastara.
Como si la vida no siguiera golpeándome
incluso cuando ya estoy en el suelo.
No sé si quiero sanar.
No sé si quiero entender.
Solo sé que esta piel no me abriga,
que me duele existir,
y que aún así,
todavía estoy acá.
Aunque a veces no sepa cómo seguir respirando.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión