Había una vez un vampiro en la ciudad… Le gustaba pasear por las calles nocturnas y deshabitadas de Berazategui. Nada pasaba, todo estaba en calma. El viento húmedo de otoño sacudía las copas de los árboles, y él disfrutaba la brisa que acariciaba sus casi dos metros de altura. Su pelo negro y enrulado danzaba al compás del viento. De vez en cuando, lo peinaba con sus largas uñas para que no le bloqueara la vista. A veces, se le cruzaba por la cabeza la idea de ir a una manicura. Tan solo imaginar la reacción de aquellas humanas inocentes le sacaba una media sonrisa. Algo raro en él, porque nunca sonreía.
Mientras se perdía en ese pensamiento, algo llamó su atención en la vereda del barrio que visitaba aquella noche.
Era raro que él sonriera. Sí. También era raro ver a alguien caminando a las cuatro de la madrugada con traje negro y zapatos lustrados por un barrio en días de semana. Sí, así estaba él ahora. Pero, ¿no era aún más extraño ver un ventilador frente a una puerta de garaje cerrada? Y no solo eso: seguían apareciendo electrodomésticos bajados desde el techo.
Dos personas vestidas de negro, con capuchas tapándoles la cara, subían y bajaban objetos como si se tratara de una mudanza urgente.
—Disculpen, ¿no es un poco peligroso mudarse tan temprano? —preguntó el vampiro sin titubear, mientras toqueteaba un microondas en el suelo.
Los dos cómplices se quedaron tiesos.
—¿Qué te importa, flaco? Rajá de acá —dijo uno de ellos, con voz enojada, pero también nerviosa.
—¡Qué raro! Florcita no me chusmeó nada de que se iba… —Los ladrones se miraron entre sí—. Y mucho menos de que se iría de madrugada. ¡Qué mujer terca! A sus 70 años y jodiendo a estas horas —exclamó el vampiro, entrecerrando los ojos mientras los miraba fijamente.
El viento se calmó de repente. Nada se movía. Solo se escuchaban las respiraciones agitadas de los dos ladrones sobre el techo de la casa. Sintieron el pánico florecer desde la punta de los pies. Retrocedieron un paso, luego otro… Y de pronto, corrieron hacia la parte trasera de la casa. No les importó hacer ruido ni alertar a los perros del barrio.
La entradera había fracasado.
Intentaron saltar el muro del vecino, el mismo por el que habían ingresado ilegalmente, pero sus manos nunca llegaron a tocar la pared. Ambos sintieron un tirón muy fuerte desde atrás y, en un parpadeo, volaron contra el suelo, terminando boca abajo. Algo pesado los empujaba contra la tierra. No podían respirar.
—¡Hijo de puta! —gritó uno, desesperado. Intentó moverse, pero sin querer, se mordió la lengua.
Iba a lanzar otra puteada, pero su voz nunca salió. Algo lo había pinchado en la garganta. Se mareó.
Tocó el pasto. Estaba húmedo, como si hubiera caído un intenso rocío. Trató de enfocar la vista y levantar un poco la cabeza. Quiso ver su mano mojada.
Fue entonces cuando lo entendió.
No volvería a juntarse con los pibes por la tarde. Su mamá tenía razón.
"No sos inmortal, hijo. Algún día me darás la razón y ojalá no sea tarde", le había dicho ella una vez, mientras le curaba un rasguño en el brazo por andar trepando alambrados.
Todo pasó demasiado rápido.
El pibe de 25 años se quedó sin aire. Sin sangre.
Su amigo y cómplice lo vio temblar. Y luego, quedarse quieto. Muy quieto.
Era escalofriante.
En el fondo, supo que correría el mismo destino.
—Por favor, no me mates. Dale, loco. No me mates —suplicó, llorando.
El vampiro lo miró con indiferencia.
—¿Sabés qué pasa? —dijo, lamiéndose los dedos llenos de sangre—. No es triste que tu amigo tuviera que morir… Triste es que vinieran justo a la casa de Florcita.
El chico vio cómo los ojos del vampiro se oscurecían. De pronto, empezó a escuchar sus propios latidos retumbando en los oídos, bombeando tan rápido que se preguntó si moriría por él o por un paro cardíaco.
El vampiro mostró una sonrisa impecable, sus colmillos blancos resplandeciendo bajo la luz de la luna.
Levantó su mano derecha como si estuviera a punto de dirigir una orquesta en el Teatro Colón y, con un movimiento rápido y preciso, la clavó en la espalda del delincuente.
Directo al corazón.
Esa madrugada, el vampiro desayunó temprano.
Gracias a Florcita.
Ella era su tataratataratatara nieta.
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