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¿Ha soñado con este hombre?

Aug 26, 2024

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¿Ha soñado con este hombre?
Nuevo concurso literario en quaderno

“No pude más con mi cabeza.
El dolor de mi cuerpo no dice nada, porque no tiene nada para decir.
Las consecuencias físicas con las que he cargado sólo han respondido al hecho de haber terminado sucumbiendo ante “Este hombre”. Jamás he logrado descifrar su origen o su misión, pero de que ha hecho estragos en mi alma lo ha hecho y en un breve, pero vertiginoso episodio de tiempo. Ha llegado a tal punto de penetración en mi mente, que ha logrado que cada cosa se vuelva real. No he sentido peor dolor, que aquel que en mi mente vive todos los días, dispuesto siempre a hacerme recordar, a otros dolores que quizás ya tenía olvidados. No pude más, lo siento.”

Hoy 12 de Julio del dos mil… — Se oyó un chirrido — “...Una ola de suicidios se han producido en diversos lugares del país. Para tener una estimación, hace unos seis meses, cinco personas morían al día por suicidio según los datos publicados por...” Se escuchaba a lo lejos en un televisor encendido en la sala de espera de una comisaría.
“...Esto se ha convertido en u asunto “contagioso”, como lo denominan los expertos. Las razones no quedan del todo claras, pero una cosa sí es inquietante: Cada día se están suicidando aproximadamente 600 personas en todo nuestro país, unas 18.000 víctimas al mes y todas aluden a la misma razón…”

— ¿Podría describirlo? Preguntó sentado tras el escritorio mientras miraba su propio zapato.

— Jamás podría olvidar su rostro.Tragó un poco de saliva. Comenzaba así su declaración, entre ahogos y sollozos, acariciándose ella misma sus brazos sin despegar la mirada del piso, como intentando buscar ideas y la forma de poder continuar su relato.— Cuando se sienta lista, comience.
— Era un tipo…
— ¿El sujeto entonces, es un hombre?
— Si.
— Continúe por favor.
— Tenía como un rostro, no sé… con una expresión como la de un hombre bueno.
— ¿Podría explicarme mejor esa parte? ¿A qué se refiere con un “hombre bueno”?
— Hay gente que tiene una expresión bondadosa. No tienen esa cara que los psicópatas de la
televisión tienen. Este no era un rostro violento, por decirlo de algún modo. Tenía una nariz regordeta, sin bello en su cara, quiero decir sin barba. Piel blanca, al punto que sus mejillas se podían enrojecer con facilidad. Cara redondeada, de pronunciadas entradas, prácticamente calvo en la coronilla, su pelo de los costados era lacio, delgado y grisáceo, pero no canoso. De un negro muy deslucido. De ojos profundos muy marrones y de párpados levemente caídos. Un rostro muy infantil. Labios finos y boca ancha. ¡Las cejas! Las cejas exageradamente pobladas, juntándose en el centro. Se veía agradable, pensé incluso que me ayudaría…

— Entiendo. Dijo a secas el carabinero — Y entonces ¿Cuándo fue que la atacó? Levantó por primera vez la mirada el carabinero. Una observación punzante pero desinteresada, tras unos lentes de grueso marco.

— Mientras dormía... Respondió la muchacha con la cabeza gacha, con un quebradizo tono de voz. Como si le siguiera faltando el aire para responder.

— “…Entró a su dormitorio…” Tipeaba en su computador el cabo de la comisaría, el cual a todas luces intentaba completar de forma rápida la declaración de la muchacha para agilizar su trabajo. Había recibido un extraño mensaje por parte de su esposa, el cual lo tenía inquieto. Quería terminar luego su turno para llegar a casa.

— No. Se le escuchó decir muy despacio a la muchacha. —Literalmente… Tragó saliva para continuar —Literalmente en mi cabeza. ¡Es salvaje todo aquello que me hace! Comenzó a gritar descontrolada, tirándose el pelo y pataleando con fuerza con la entrepierna forzosamente junta. — Llevo meses sintiendo cómo me golpea, cómo me tortura y abusa una y otra vez sin descanso; como observa la forma en la que sangro, como me penetra con objetos, como me escupe. Como me insulta con esa voz tan escalofriante y ese rostro tan extraño sin expresión. Es un demente señor, yo no puedo… ¡Yo no puedo más! Se escuchaba decir entre medio del llanto.

Un incómodo silencio se produjo en la sala donde el carabinero tomaba la declaración. Su cara de molestia era evidente y la de vergüenza ajena de los que estaban próximos, también se percibía.

— Usted me está diciendo que, un hombre ¿La atacó sexualmente en sus sueños? ¿Sí?

— Yo sé que es real. Hay alguien haciéndome esto. Este hombre existe. Dijo destrozada.

El carabinero levantó las manos del teclado para ponerlas en reposo, una sobre la otra en el escritorio. Apartó su cara del antiguo monitor del computador y se acomodó sus gruesas gafas.

— Usted requiere otra clase de ayuda. Le pediría que no me tome el pelo. Vea a un profesional de salud y que le medique algo.
— No me quiero ir de aquí. Suplicó la mujer.
— Si gusta, quédese. Yo me retiro a casa. Le sugiero visitar un lugar distinto a este porque su problema es otro.
— Usted no entiende… Repetía la mujer, con una voz cada vez más débil — Me voy a matar. El dolor… decía, el dolor de aquí. Repetía tocándose la cabeza con una mano y con la otra el pecho, mientras caían lenta pero incesantemente, las lágrimas y los mocos por su rostro.

Próximo a efectuarse el cambio de turno, el cabo se paró de su escritorio y se acercó a su colega que acababa de ingresar a la comisaría. — ¿Puedes terminar tú? Está con “esas ideas”. Tómale la denuncia igual, si finalmente… da lo mismo. Allá verán qué hacen. Que llame, eso sí, a algún conocido para que la venga a buscar. Digo, para que no se quede molestando acá.

El carabinero salió de la comisaría con dirección a su hogar. Caminó como todos los días a su casa, con el paso más firme que pudo, pero sin exagerar. No sentía un apuro tan grande por llegar. A veces esa larga caminata era el único momento en el que podía desprenderse de lo abrumador que puede llegar a ser la gente; inclusive de su propia esposa.
Aprovechó eso sí, de llamarla por teléfono, pero no hubo respuesta. El extraño mensaje seguía rondándole la cabeza.— Probablemente se encontrará ocupada en algo. Se dijo así mismo.

Era inevitable no pensar en la extraña denuncia de aquella mujer. Pensaba en su locura. Pensaba en cómo la gente podía inventarse tantas cosas — ¿Será realmente contagioso esto de estar matándose? Se preguntaba con risa. — ¿A todos les bajó el apuro por morirse?

Abrió la reja de su casa que se encontraba sin seguro y sacó sus llaves para abrir la puerta. Se limpió los pies antes de entrar. Lo que encontró al encender la luz, le hizo comprender parcialmente, el poder que tiene una idea. Una dolorosa idea.

***

Un cuento del libro "1692"

Manu Letelier Faundez

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