Guernica

Disculpe, señor ¿podría ayudarme, por favor, que vivo en la calle?

Caía la tarde en Madrid, o la noche, no sé, según lo veas. La plaza del Museo "Reina Sofía", repleta de gurisadita jugando, de vacaciones de verano.

Ella tenía una sonrisa brillante pero melancolía en la mirada. Él, levantó la vista, había recorrido por primera vez el museo y visto el Guernica, de Picasso, su padre le había contado mil historias del bombardeo y la belleza en la tragedia de esa pintura. “Cuando esté en Madrid, voy a ir a ver el Guernica”; había una copia enmarcada en la pared de su biblioteca.

Preparaba el mate para evocar ese momento: “con la bebida de mi pueblo”, había dicho. No era común ver a alguien tomando esa bebida, pero los españoles saben de ella y la tienen presente.

Bajó, la vista, el reflejo habitual era decirle que no tenía nada. Pero algo en su mirada, “ese garbo”, como dice Fito en la canción, le hizo cambiar de parecer.

Yo viví en la calle de pequeño, con mi madre. Iba a la escuela, pero el primer año en la calle, lo perdí. Vivimos cuatro años en esquinas, en plazas y debajo de un puente. Se paró: - ¿puedo abrazarte?- le dijo. Le dio el abrazo peronista que de niño le había enseñado su padre.

... Y así, entre mate y mate, pasaron la tarde, contándose sus alegrías y tristezas.

Se encontró con sus compañeras en el techo de aquél edificio, como habían quedado para seguir el camino.