GUERNICA

¿Quién sos?

Con esa pregunta, tan simple pero cruel, comenzó el interrogatorio.

Y yo, que durante años escribí como si supiera quién era, noté que mi mano comenzó con un leve temblor, seguido de transpiración.

El cuerpo siempre sabe la verdad antes que yo.

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Cuando escribo, paradójicamente, no pienso en palabras, pienso en imágenes.

Las frases pasan por un lugar que todavía no logro vislumbrar, como un pasadizo secreto al que sólo ellas tienen acceso, como si supieran algo que yo todavía no.

Entonces, mirando hacia arriba, usando el techo como un lienzo blanco, empecé.

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Primero me coloqué ante el mundo creyendo que desde allí podría encontrar la respuesta. Las reflexiones filosóficas no tardaron en aparecer; la humanidad sobrepasada por la tecnología, los vínculos hechos trizas, la soledad, el poder…

Luego, traté de mirar hacia adentro. Mi cuerpo como brújula. Pero tampoco lograba descifrar el código de esas dos palabras encerradas en signos de interrogación. Estaba ante una respuesta subjetiva. Emoción y razón se mezclan y nunca quieren dar por ganador al otro.

Por último, encaré desde el personaje. Mi yo escritora jamás podría quedarse en blanco. Ella encontraría las palabras adecuadas, certeras… pero me volví a equivocar.

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De repente, apareció él.

No un recuerdo. No un pensamiento.

Un cuadro.

Un lugar que no elegí pero que parecería estar esperándome.

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-La mujer con el niño en brazos: la versión mía pasada, la que dejé atrás. La criatura que cargo es la idea del amor que murió, que mutó. Es el instante en que me doy cuenta que le dí mi vida, mi alma y mi fe a un otro, y que ahora no los puedo recuperar, sólo me queda transformarme y mirar hacia adelante, construir una perspectiva nueva, pero desde mí y hacia mí.
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-El toro: la figura masculina dominante. Patas robustas, testículos muy marcados. Terco, salvaje. Mira hacia el público, hacia el afuera. No me mira todavía a mí. Y cuando lo haga no va a haber vuelta atrás: voy vestida de rojo, la embestida será inevitable y certera. Cuando me mire, se termina el juego.
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-El pájaro: perfectamente misterioso. Hay quienes juran no verlo. Así me siento a veces, pequeña pero libre en un lienzo desbordado de símbolos. Podría irme, volar, pero decido quedarme, no quiero perderme nada de lo que allí suceda.
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-El caballo: la pureza, la nobleza, la belleza del caos.
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-La niña: la que yace en los brazos de la mujer. Es la que me reclamaba ser vista. La angustia teatral es producto de darme cuenta que quien me mantuvo viva todo este tiempo fue ella. Y ahora que lo noté, ya no me necesita. Es una despedida, la madurez emocional.
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-El guerrero muerto: la parte combativa. Ya no peleo con mis demonios. Me rendí. Los acepto, los transmuto y los escribo. Y en ese proceso, puedo morir y renacer muchas veces.
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-La lámpara: la luz interior, la guía, la linterna. La asistencia divina, la intuición que me guía. Dudo mucho, de todo, pero siempre intento seguir la luz y cuando me pierdo en la oscuridad, ella me viene a rescatar.
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-La ambigua figura en llamas: quemar lo considerado “puro”. Nadie es perfecto. Algunos nos quemamos en expectativas ajenas. Nos convertimos en cenizas y luego renacemos como el fénix. La inocencia debe morir si realmente queremos ser felices.
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-La espada rota: el dogma, las reglas, las normas. Puede volver a forjarse, sí, puede mutar y volver con otra empuñadura y una hoja más brillante. Pero no deja de ser creada para atravesar cuerpos y dejarlos incompletos.

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-El pie: aparece apartado del cuadro. Es el próximo paso dado. Y aunque se lo ve “lejos”, no se equivoca. El cuerpo va rengo buscando encajar en el pie y cuando lo hace, vuelve a caminar entero. Es una brújula.

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Y entre tanto espejo simbólico, busqué la salida.

Pero no la encontré.

Entonces entendí que mi vida no se parece al Guernica.

Mi vida ES el GUERNICA.

Ahora lo que sigue es averiguar qué personaje soy.