Guardianes del pensamiento antiguo — Nor rakizuam ñi wüchakeche
Abr 7, 2025

Guardianes del pensamiento antiguo
Nor rakizuam ñi wüchakeche
Soñé, pero no era un sueño:
era un lugar sin cielo y sin tierra,
donde el viento lacera en lengua antigua
—donde solo el machi entiende—,
un lugar donde el tiempo vomita el pensamiento,
y las palabras caen muertas,
como si el universo escupiera la memoria.
Mis pies cesaron su danza,
un suelo sepulcral,
alfombra de huesos rotos y
cráneos de una nación entera.
Cementerio prohibido,
donde duermen los que nadie nombra.
¡¿Dónde está el chemamull?!
El sol sin dueño nunca lo verás salir.
No ruegues.
No descansa, no se esconde,
siempre arriba quemando,
abrazando el kupalme olvidado.
Hace llorar en seco,
con la sed más antigua del mundo.
Allí, levantada en lo imposible,
una casa de tierra sin techo y sin puertas,
una ruina del tiempo olvidado.
Me acerqué.
Me tragó sin ceremonia y sin permiso.
Pasillos como venas secas que no llevan a ninguna parte,
paredes que susurran nombres y lamentos,
y yo: niño perdido en el sueño de mis ancestros quemados.
Caminé por el laberinto con el miedo vivo,
como una garrapata incrustada en el ojo,
como la sombra nocturna que se traga tu lengua,
como el saludo austero del witranalgue en la tarde.
Al fondo, una luz cálida y muerta.
Todo falso, como toda trampa bien tendida.
Lo único valiente: mis ojos.
No iba a cerrarlos.
Y allí vi colgados los kultrun muertos.
No sonaban, sin trupuwe, sin latidos.
Estaban robados en un museo de kalku maldito.
De espaldas lo pillé,
hurgando lo sagrado con manos sucias,
como queriendo fabricar un kultrun
con lo que una vez fue suyo.
Se detuvo. Me sintió.
Giró.
Rayo de hielo que apuñala el alma.
Ojos de castigo, ladrón de símbolos,
cráneo desnudo como pájaro carroñero.
Me miró.
Con ojos de envidia.
Con ojos de odio.
Ahí supe: el kultrun no suena para todos.
Corrí.
El pasillo se estiró como el cuero caliente.
Correr, ¿a dónde? No sé.
Corría con el corazón desbocado.
Una ráfaga del kupalme dormido de mis abuelos,
me abrazó, sentí calor.
Mis pies ya no tocaban la tierra.
Yo era un ave.
Volé.
El kalku vigilaba desde el suelo.
Gritaba en silencio su impotencia.
Me odiaba con la lanza de sus ojos,
pero no podía volar.
No sabía volar.
Yo era el viento.
Yo era el fuego de la memoria.
Yo era mi propio renuevo.
No dejaré que me robes el alma.
No en vano caminé por vidrio quebrado,
para recuperar lo mío: mi kupalme.
Porque soy el que viene de vuelta,
con la lengua ensangrentada.
Inche Alejandro Paillan.

Alejandro Diaz
Poeta mapuche del desgarro y la memoria. Canta con furia y ternura, entre cuerpos heridos y ancestros que danzan. Su verso arde entre el amor perdido y la raíz viva.
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