Me gusta el olor a siesta podrida.
El sudor tibio del que no se mueve.
La mente que vaga sin rumbo
mientras el cuerpo se vuelve barro,
como diciendo:
“Hoy no me vas a usar.”
Soy fan del abandono voluntario.
Del teléfono sin contestar.
Del mundo que ruge allá afuera
y yo, aquí,
replegado como un dios menor
que no necesita testigos.
Hay algo hermoso en pudrirse un poco.
En dejar que el colchón
me coma las costillas
como si supiera que ahí se guarda
todo lo que me pesa.
Yo soy bueno en eso.
En hundirme sin drama.
En abrazarme a la frazada como si me quisiera.
En cerrar los ojos sin dormir,
y pudrirme con calma.
Como quien, sin decirlo, pide
que algo dentro
se ablande un poco.
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