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    Gólgotas.

    Dolbach

    Jan 31, 2025

    95
    Gólgotas.
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    ...

    Ni tanto ni tan importante.

    El personal amanece ya con el agobio de su propia vida. "Tengo mil cosas que hacer". Así, empiezan el día con una enorme y perjudicial mentira.

    Importan las palabras y los pensamientos. Decirse sin tiempo es mal emplear el tiempo.

    Echando cuentas, uno tiene tres o cuatro cosas en el listín de tareas, y una detrás de otra, no todas a la vez, salen del libro de pendientes.

    Nada suele ser urgente.

    Imaginen que les duele eso del apéndice. No van a decirle a esa cosa inútil pero dolorosa y grave: "espera a que te toque, antes tengo que comprar lentejas, pasar la ITV y fregar los cacharros de la cena".

    Lo urgente y lo que nos agobia no coinciden casi nunca.

    Urge apartar al fascismo de nuestras vidas. Urge la Paz. Urge el fin de la violencia machista. Urge que se acabe la incoherencia, la inoperancia, la hipocresía, la corrupción del PP, pero lo de barrer debajo de la cama, o pintar la mancha en la pared del pasillo, puede esperar aún unos días.

    Calma; solo importa aquello a lo que das importancia.

    Y aunque me importe nada lo que piensen, así entiendo que soy pensado:

    El peor de los malos.

    Para la feligresía, yo debo caerle bien al diablo.

    Un agnóstico anarquista que cada día acusa a la Iglesia de usura, pederastia e hipocresía, debe contar, para las huestes de misa, entre los batalladores aliados de Lucifer.

    Y no sé si quisiera yo tal amistad, que un Belcebú en la cama es un Belcebú en la cama.

    La maldad es también un asunto para mucha disquisición, y el maniqueísmo no suele funcionar para llegar a alguna conclusión.

    Yo, de momento, y a falta de mayores conocimientos, creo igual en Dios que en su contrario.

    Así que si me adora uno de ambos, es sin mi consentimiento.

    Se vayan los dos al carajo.

    Y ya que he mentado al maligno....

    No es la piedra, es quien la tira.

    La maestra, doña Rocío, me quitó el pequeño cochecito blanco de plástico que vio en mis manos y, sin más, lo echó a la estufa.

    En aquellos tiempos los como yo no teníamos casi ningún objeto propio, nada de juguetes de fábrica; aquel cochecito me lo había dejado mi hermano en el recreo, para un rato. Al entrar de nuevo al suplicio, acabado el ocio del patio, al sentarme, el coche se me calló del bolsillo. Tan solo lo recogí.

    La maestra no preguntó ni tuvo en consideración que aquel objeto era un pequeño tesoro para alguien como yo. Lo quemó en un acto de castigo completamente injusto.

    Mi hermano aceptó mis explicaciones cuando más tarde hube de contarle lo sucedido. Por ahí, al menos, no fue a más el disgusto.

    Aquella maestra, tiempo después, le dijo al maestro Don Mariano, hablando delante de mí: este siempre ha sido un contestatario.

    Sin saber muy bien lo que quería decir, creí entender a lo que se refería, y, aunque advertí que ella pretendía afearme, yo sentí una especie de orgullo por el desprecio de aquella mala maestra y mala persona.

    La lección la aprendí solo.

    Y solo estaba, y hubo un instante ayer que me recordó a mañana. Y antes o después, no sé, se me fue el diablo al cielo, y, al rato, vuelto ya al suelo, dijo que allí llovía.

    Y en la suela una chincheta que no llegó a hacer sangría.

    Yo no sé, tuve la duda, a qué tanta almorta para tan pocas gachas, ni a qué ponerse tan guapo sí aquí no quedan muchachas.

    Se me fueron dos compases, un cartabón y un acento. Pasaron cerca dos nubes y mala racha de viento.

    Hubo un instante ayer, hoy puedo ya afirmarlo, que mañana no importaba. Y hoy, ayer, importa aún menos.

    ¡Cielos!

    Dolbach

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