Godric Gryffindor - desclasificados de una versión supultada
Jul 29, 2024
"Lo más cruel que se le puede hacer a un hombre (o a una mujer) es dejarlo sin proyectos” G.Rolón
“Me dolía la memoria, me dolían los ojos, me dolía el espejo en que me miré. Habían hecho harapos mi amor y mi cordura” A.Pizarnik
Godric Gryffindor
Desclasificados de una versión sepultada
Su pie, cubierto por un zapato de terciopelo azul, se deslizó por el aire hacia el encuentro con una piedra que sobresalía de la calle. El dolor del golpe le recordó a un beso en la mano, totalmente fuera de su jurisdicción. Ligeramente incómoda, una vez más, se acostumbró a la sensación de haber gastado todos los abrazos. Perdida en el vacío, se unió a los árboles secos, no sintió frío ni miedo, solo una piel de escamas rugosas.
Se volvió a hallar ensimismada mirando la forma en que las hojas ausentes en los árboles se arrastraban por el empedrado. Como siempre, un ligero sobresalto interrumpió su desmedida atención a los detalles insignificantes pero hermosos de la diferencia de presión en la atmósfera. Ella abrió la puerta. Caminó hasta la consulta. Se sentó. Miró alrededor y pronto se encontró sumergida en la desaparición.
Los minutos no tardaron en volverse difusos y lejanos. Poco a poco el dolor invadió un cuerpo, encontrando los canales para huir despavorido ante la inmensidad del agua salada. Hundió el pecho en el horror lacerante de los caprichos ilusorios. Como Alicia en el país de las pesadillas, persiguiendo con desdén la enza que despierta la falta. Como un conejo que busca una zanahoria hasta que la sangre comienza a rodar por el cuello. Como quien, extrañado, avanza por el césped que refleja un sol radiante, hasta que sus pies se hunden en la viscosa arena. Espasmos de razón, la cual había sido la respuesta a los aterradores vaivenes emocionales del pequeño universo de los pequeños.
Lágrimas de calma volvieron a la honestidad compañera. La experiencia que escolta los resultados de una instigación y provocación sistemática y cuidadosa. Una y otra vez, un gesto y otra palabra. Los esfuerzos por la comunicación eran desmerecidos. Al costado del dolor, una nube de gas.
De comprensión progresiva y búsqueda incesante, el dolor no tardó en venir a su encuentro en un abrazo honesto. Sin provecho en las condiciones materiales, el sol debía seguir saliendo, alumbrando con fuerza los barrotes de hierro de la confianza. El silencio y la distancia no eran más que recuerdos. Lo habitual se volvió un techo de cartón en la lluvia.
Sin saberlo, una escalera conducente al terreno evitado, al terreno dominado. En cada tregua, un intento de comunicación por una salida común, calma y tranquila. Cada palabra desviada, sepultada, desvalida. Como si de una pelea se tratara, en cada esfuerzo otra patada. Se podía escuchar la aceleración rompiendo el aire quieto de la confianza. Sin moros en la costa y con el respeto de una topadora, avanzó una escalada que halló y derribó todo límite. Progresivamente acorralada a una salida, la dirección de evitar terminó por reacción conducida. Dispuesta a encontrar un mundo nuevo, encontró indefensión aprendida. Así lo dejó ser, se acercó tanto que dió que temer. Sin salida, sin principio, sin final. Una montaña rusa infinita, sin espacio para la paz.
Escalofríos de ira le recorrieron la espalda. Sin tiempo para pensar, se sumergió en la cuenta de que la dificultad de respuesta es una oportunidad y el momento de confianza puede ser otra escalada en la invisibilidad. Le ardió la empatía al recordar palabras vacías de verdad repetidas por los suyos. Siempre el mismo trato, siempre fue igual. La honestidad con las secuelas que asoman en el horizonte justifican el registro de esta penumbra sin final.
Finalmente entendió que había primado la ideología para evitar, en la incredulidad, el dolor del conflicto. Problemas históricos subsidiarios de ser un objeto… un silencio sepulcral interrumpió la neurosis.
Unos momentos después, extendió, con esfuerzo, el brazo hasta rozar, entre los dedos, el metal tibio de una cuchara de té. Inundada por el inconfundible aroma a lavanda bebió unos largos sorbos. De un salto al deseo, compañero de vida, salió a buscar las razones del amanecer. Desde la conciencia, se animó a recorrer todos los caminos conducentes a la cosa.
Empezaba a entender que jamás volvería por allí.
Puede seguir… - le dijo la terapeuta.
Junto a la taza vacía, observó un reloj de bolsillo con los minutos corriendo a más velocidad de lo habitual. El espacio circundante con algunos restos de golosinas. Se encontró sentada con las piernas enredadas sobre un sillón de terciopelo azul. Separó los labios para poner los pies en el frío piso invernal. La conclusión fue una pregunta hermana de la vida ¿cómo me quito esto de encima?
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