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Giunico - La inútil obstinación de marchar

Abr 11, 2025

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Giunico - La inútil obstinación de marchar
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La inútil obstinación de marchar: un ritual vacío que reclama reemplazo.

Manifiesto sin titubeos: las manifestaciones, en su forma tradicional, han dejado de ser instrumentos eficaces de transformación política. No porque la protesta en sí sea ilegítima —¡nunca!—, sino porque el método ha devenido en una caricatura de sí mismo, un eco repetido, sin contenido, que perturba más de lo que persuade.

El problema radica, ante todo, en una distorsión de expectativas. El acto de manifestarse —lo dice su misma raíz etimológica: "hacer visible"— no es, en sí, una herramienta de conquista política, sino apenas un llamado de atención. ¿Puede un grito en la calle arrancarle concesiones a un poder que se sostiene con sangre, leyes y dinero? La historia responde: muy raramente.

Recordemos: la Revolución Francesa no se ganó en los mercados de París, sino en la organización política de los clubes jacobinos y en la acción militar decidida. Las Madres de Plaza de Mayo, en Argentina, comenzaron marchando, sí, pero su verdadero impacto vino con el trabajo internacional de denuncia, la documentación paciente y la acumulación de poder moral. Incluso hoy, donde las redes sociales amplifican cualquier gesto mínimo, una marcha tradicional resulta más una postal de época que un detonante de cambios.

¿Entonces qué ocurre? Para mí, el acto de marchar se ha transformado en una liturgia identitaria, más vinculada a la reafirmación de pertenencias partidarias que a la conquista de objetivos reales. Y en ese devenir, se ha vuelto dogmática, automática, vacía de reflexión. Cada bombo que retumba no es ya un latido de resistencia, sino un eco hueco de militancias que muchas veces ni comprenden las consignas que corean. Es la pereza intelectual de una militancia que confunde volumen con verdad, presencia con eficacia.

¿Y a qué costo? Paralizar ciudades, impedir que los trabajadores comunes (los que no tienen tiempo ni voluntad de tomarse un día para la épica) puedan ganarse el sustento. Al costo de desgastar la legitimidad de la protesta social, convirtiéndola en un fastidio cotidiano en vez de en un hecho político potente. En Córdoba, la judicialización de los cortes ha traído cierto orden. Aún así, se discute si ello coarta derechos: yo sostengo que los preserva. Porque el derecho a protestar no puede aplastar el derecho a circular, a trabajar, a vivir. La libertad no puede ser patrimonio exclusivo de quienes gritan más fuerte.

No propongo la abolición de la protesta. Propongo su evolución real: menos bombos, más estrategia; menos corte callejero, más presión política organizada; menos "toma de la calle" y más "toma de conciencia". En un mundo donde la información es ubicua, donde las redes permiten coordinar, denunciar y presionar con una potencia inédita, seguir usando el bombo y los redoblantes como herramienta política es como pretender cazar drones a lanzazos.

Es hora de dejar de romantizar la protesta como un fin en sí mismo. Si no lo hacemos, terminaremos siendo un pueblo que cree que hace historia cada vez que se amontona a interrumpir un semáforo. ¿Cuántos siglos más vamos a necesitar para entender que el ruido sin dirección no conmueve, apenas molesta?

Por: Giunico.


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