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"Giunico enroscado: El presente como epifanía del tiempo"

Aug 2, 2025

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"Giunico enroscado: El presente como epifanía del tiempo"
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La noción de futuro ha sido, desde los albores del pensamiento, un laberinto sin minotauro. En él nos perdemos, encantados por promesas que no se han pronunciado todavía, y por destinos que, como los espejismos en el desierto de la mente, se desvanecen cuando nos acercamos. El tiempo, esa invención perfecta que fluye en una dirección sin retorno, se ha prestado, sin embargo, a ser mutilado por nuestra imaginación. Le hemos dado forma a lo que no tiene cuerpo: el mañana.

Quien escribe estas líneas, lo hace desde el sur de la memoria, donde la literatura se confunde con el tiempo y la filosofía con la respiración. Allí, donde Borges se volvió Aleph entendí que todo lo que somos —nuestra voz, nuestra escritura, nuestras decisiones— no sucede ni sucederá en el futuro. El futuro, si se me permite, es apenas una superstición del lenguaje. Un vocablo que nombra lo que todavía no ha acontecido y, por tanto, no ha sido sometido al veredicto de lo real.

Al final, el tiempo finalmente aparenta ser una distensión del alma: el pasado, su memoria; el futuro, su expectación; y el presente, su atención. Esa atención es el altar de lo posible, nada se transforma fuera de su campo. Lo demás —el pasado con su nostalgia, el futuro con su presunción— son sombras, simulacros, juegos de espejos como los que habitan en los cuentos. Aun la Cábala, que intuye que toda la realidad puede cifrarse en letras, números y permutaciones, reconoce que las decisiones morales —las que orientan el destino— solo pueden ejecutarse ahora. No hay redención en lo que vendrá, sino en lo que se hace.

A menudo confundimos la esperanza con la espera. Esta última, en su sentido más puro, es activa: es el impulso de quien siembra. La esperanza, en cambio, es una abdicación, una renuncia a la soberanía del instante. Dejar para mañana la transformación es dejarla en manos de nadie, pues el mañana se aleja cada vez que uno avanza hacia él. El que posterga el cambio a un futuro incierto se engaña: el futuro es el efecto, no la causa.

Decir que “las oportunidades de cambio están en el presente” no es un lema de autoayuda, sino una verdad ontológica. El presente es lo único que respira. Si se pudiera, por un instante, ver el tiempo desde fuera —como quien contempla una cinta grabada— descubriríamos que lo único que arde con intensidad es este breve parpadeo que llamamos ahora. En él se juegan los destinos, se escriben los libros, se ama o se hiere, se elige. Porque solo se elige cuando se está.

Así pues, no aguardes a que el futuro cambie tu vida. Porque el futuro no es un demiurgo ni un redentor. Es apenas el eco del presente. Y el eco, por definición, no crea: repite.

Por: Giunico

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