La semana pasada, Ricardo Darín dijo en el programa “California Secreta” de Vorterix que “todos actuamos, todo el tiempo”. Y la verdad es que no hay frase que describa mejor el día a día, al menos para mí, es así. No hay manera de andar por la vida sin ponerse un poco en personaje, y lejos de ser un problema, es lo que hace posible la convivencia, los vínculos, incluso el afecto. Actuar no es mentir, en absoluto, es traducir lo que somos para que el otro lo entienda, para que haya un puente.
Porque seamos honestos: la gente que “dice todo lo que piensa” o “es 100% genuina” las 24 horas del día, suele ser insoportable. Esa obsesión con “ser auténtico” como si eso implicara escupir cada emoción cruda, sin filtro, sin forma, es un invento moderno con pésimo marketing. No es madurez emocional, es ego sin procesar.
La actuación no niega lo que sentimos, lo organiza. Es la forma en que elegimos mostrarnos. No es que estamos escondiendo algo, estamos dándole forma para que entre en el mundo. Y eso, guste o no, es lo que nos permite vivir en sociedad, todos ajustamos el volumen emocional según el contexto, no le decís “te amo” a tu pareja con la misma energía con la que se lo decís por WhatsApp después de discutir, no reaccionás igual frente a tu jefe que frente a tu hermano, y no está mal, al contrario: es sentido común emocional.
¿O acaso no elegimos qué decir y cómo decirlo todo el tiempo? ¿No cuidamos las palabras, los gestos, las pausas? Esa es la actuación cotidiana, no es falsedad, es diseño. Es inteligencia emocional, esa que tanto se pregona en los posteos de LinkedIn pero que, en el fondo, es algo muy viejo: el arte de convivir.
Lo que pasa es que nos cuesta admitirlo. Porque aceptar que actuamos implica soltar esa fantasía de ser “transparentes”, como si fuera posible mostrar todo lo que somos sin ningún tipo de edición. Pero eso no existe. Ni siquiera en la intimidad total, incluso ahí hay códigos, formas, escenas.
Y en el fondo, hay algo hermoso en eso: actuamos porque nos importa el otro. Porque queremos ser comprendidos, queridos o aceptados. Porque sentimos cosas profundas y buscamos la mejor manera de expresarlas. No hay trampa en eso: hay humanidad.
Entonces sí: actuamos todo el tiempo. Y gracias a eso, podemos amar, discutir sin romper todo, trabajar en equipo, pedir ayuda sin desbordar, escuchar sin juzgar. La actuación no mata la autenticidad, la hace posible, porque lo genuino no es lo bruto, lo salvaje, lo sin filtrar. Lo genuino es lo que se siente de verdad, aunque venga con algo de escenografía. ¿Y qué?
Al final del día, lo importante no es si actuás. Es si lo que actuas, lo sentís. Y si lo sentís, entonces no hay farsa. Hay vida.
Por: Giunico
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Giunico. Todólogo y opinólogo. El filtro para el café, no para las ideas. Esto no es una cátedra, ni una redacción obediente: es una charla de café por escrito. Córdoba, Argentina.
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