Es frío el otoño
cuando escuchas el bosque gritar
y te condenan a matar el pensamiento.
¿Qué sabe dios del dolor?
¿Qué sabe el mundo de la perdición?
Nada, es seguro.
Me encuentro desnuda
frente al abismo de mi estómago,
en camino a visitar al Doctor Simpatía
para obtener una poción agonizante:
Veinte gramos de felicidad plástica.
Agujas, sin espejo y camilla:
Dictan su sabiduría
por volver mi humanidad,
masa antinatural.
Es el futuro,
la visión
la que labra mi destino:
la cárcel
que va a mí.
Yo condenada,
sin muerte
sin vida,
nada.
No funciona la magia
en el limbo
de este cuerpo maldito,
marcado por la lascivia
que le provoqué a los muertos:
mi inocente lascivia
—Mi desacierto—
Culpa, culpa;
mantenme encerrada
para que cuando despierte
no pueda
herir con mis garras que matan.
Arrebátame la libertad
doctor mágico
y renaceré del lecho:
dos, cinco, dos, cero, dos, cinco.
Atada
al mundo,
flagelada
porque soy presa
de las manos rojas
del verdugo.
El miedo es mío:
miedo de mí,
de ellos,
los vigilantes.
Los que creen
los que tocan
los que hieren.
Para callarme
solo debes incriminarme.
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sophie
Algún día hallaré la manera de silenciar el montón de palabras que sobornan mi psique por necesidad de escribir; por ahora, quaderno será mi víctima.
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