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Galea Musteloides

Nov 10, 2025

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Galea Musteloides
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Es domingo. Alzo las manos y pongo un muro entre el horizonte y yo; el sol está sobre mí índice, falta poco para que Febo se esconda. Mientras camino por el campo, encuentro un cadáver de roedor: Galea Musteloides. Aún conserva pelo de tonos grisáceos como cenizas entre las que se asoma el cráneo expuesto como un cartón húmedo secado al sol. Aún hay un pequeño rastro de sus diminutas orejas que me enternece. 


Yace con la vista al cielo. La vegetación extendiéndose sobre si mismo fue lo último que vio, como los Campos Elíseos de los griegos o Aaru, la infinidad de juncos de los egipcios. Descansa sobre una cama de hojas secas. Del centro, casi del pecho, surge un pequeño brote vegetal. Una semilla doble: en el sentido literal de la palabra y un tren de pensamiento al que subo instantáneamente. La vida no se detiene por nada ni nadie.


No hay consuelo más grande que saber que un día exhalaré mí último aliento y con ese aire se irán todas mis penas, mis dolores, los malentendidos e intentos de comunicar lo incomunicable. 


Mi lengua ya no pronunciará más los nombres que he amado en vano ni dirá palabras dulces de amor que cayeron siempre en saco roto y oídos sordos.


Mis manos ya no tendrán las marcas de aferrarse a los remos en este mar de arena en el que todos excepto yo parecen saber moverse.


La tierra sabrá darme todos los abrazos que no supieron darme quienes tuvieron la desgracia de ser objeto de mí interés. Al cubrirme con su manto de oscuridad obsidiana imaginaré estrellas que sí estén a mí alcance.


Mis ojos descansarán de ver el reflejo que generó rechazo en cada pupila en la que se vio reflejado, mis párpados serán escudos, porteros eternos encomendados con la noble tarea de no abrir nunca más.


Mi cuerpo se convertirá en el templo donde harán hogar ciempiéces, lombrices, oniscídeos y todos los seres minúsculos, no amados y despreciados.


Mi sistema nervioso, endócrino y mi cerebro que hoy me plagan de emociones volátiles y cambiantes, se apagaran por fin y se convertirán en raíces. No habrá cielo ni infierno para mí: habrá un micelio que será parte de algo más grande, armónico, sempiterno e imperturbable.


Nadie más se verá en el inconveniente de haber entrelazado su camino con el mío y podrán respirar aliviados otra vez.


El mundo puede girar con o sin mí.

Pablo Bernabé Céspedes

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