Gafas nuevas

Ayer fui a la óptica a retirar mis gafas nuevas. Elegí un armazón azul muy bonito y llamativo para darle un toque de luz a la cara.

Y de ahí me fui al encuentro de un parque idóneo para estrenarlas. Llevaba un libro en el bolso del que me faltaba leer solamente el último capítulo. Así que el parque tenía que tener algo especial. Caminé unos diez minutos pero, como de costumbre, me ganó el ansia. Me senté en la primera plaza con un banco que encontré. Saqué el libro del bolso, abrí en la página que la estampita de San Cayetano me indicaba y agarré la funda de General Óptica para disponerme a leer. Fui interrumpida por la llegada de una moto de esas grandotas. No sé de marcas de motos pero vamos, de esas grandotas.

Un chico y una chica que supuse era su novia se apearon. Sí, se apearon, que sería que se bajaron de la moto -en este caso-. Él se quitó el casco y ella le arregló el pelo con una mano primero y con las dos después. Luego ella misma se quitó su propio casco y arregló su propio pelo. Se pusieron sendos cascos a modo de pulsera y se fueron acercando de a poco hasta que sus bocas se encontraron. Y ahí se quedaron largo rato, besándose, saboreándose, degustándose. Él se puso creativo y le apoyó una mano en el culo y otra en una teta. Ella no se hizo esperar y le agarró una nalga con una mano y la entrepierna con la otra. Los cascos hacían lo que podían y emitían sonidos variados al chocar entre sí. En un momento las viseras se engancharon pero no fue motivo para que los enamorados se detuvieran ni mucho menos. Yo estaba embobada con semejante espectáculo callejero y encima gratis. Me habría gustado sentarme en platea pero no. Estaba en el gallinero. Y entonces me acordé de las gafas nuevas. Me apuré a ponérmelas para disfrutar mejor de la última parte del show.

Eran un viejo y una vieja. Qué asco.