Gabriela, Gabriela,
un día apareció
en el medio del barrio,
a todos sorprendió.
Ojos de color negro,
profundos, oscuros que se llevan todo,
cabello de ondas traviesas
que van y vienen como el mar.
De primera mano, soy testigo:
Gabriela me contaba,
me susurraba al pasar
de la mano de los hombres
a los que su cama dejaba entrar.
Gabriela vivía al frente,
del otro lado de la habitación,
en esa donde tanta pasión
supo derrochar.
Gabriela olía a flores y al viento,
a veces a café recién hecho,
piel de color amaretto
con la piel tersa y suave.
Seguro que sabe
igual al verano.
A Gabriela la desnudaban con la mirada
con su fuerte caminar.
A algún hombre ella siempre se llevaba,
no la podían parar.
Pero las novias repetían,
lloraban y sufrían,
le veían y le gritaban,
casi le suplicaban:
Ese hombre de allí
es mío, Gabriela,
no es de nadie más.
Ve a buscar a otro, Gabriela,
pero no lo toques más.
Gabriela, Gabriela,
¿por qué eres así?
Decían las mujeres con reproche:
Podrías tener al hombre que quieras,
no hay nadie que te pueda ganar.
Entonces, ¿por qué siempre
te tienes que robar
al hombre que es de otra
cada vez que vienes por aquí al pasar?
Pero Gabriela jamás hizo caso,
disfrutaba con su poder,
con su lazo sensual,
de su fuerte caminar.
A cualquier hombre podría ganar.
Pronto llegaron los regalos,
los perfumes caros,
los vestidos azules,
rojos, amarillos, rubíes.
Pero Gabriela aburrida estaba.
¿Qué será lo que le faltaba?
Gabriela no paraba,
a los hombres ella robaba,
mentía, descarada,
cada vez que alguna novia preguntaba:
Él llegó conmigo, y conmigo se va.
Sus ojos son míos, eso no va a cambiar.
Me quiere a mí y no importan los demás.
Pronto, al igual que el invierno,
todo lo malo de una vida llega.
Para Gabriela fue
en forma de compañero "fiel":
un hombre que no se dejó embrujar,
que Gabriela no pudo domar.
Un buen mozo de hombros anchos,
de buen andar y porte al pasar,
un macho que la hacía gritar.
Gabriela, Gabriela,
ojalá hubieras sabido que iba a pasar.
Las novias se calmaron,
Gabriela dejó de pasar.
Tranquilas ya podían estar:
sus maridos en otras sábanas
no podían escapar.
Madres y mujeres
respiraban en paz.
Cada vez que alguna hija
usaba sus dotes sin compás,
las madres le reprochaban:
¿Acaso quieres ser
otra Gabriela más?
Ahora...
¿será cruel decir
que Gabriela tuvo que beber
un poco de la medicina venenosa
que tantas veces dio de tomar?
Ese hombre lindo y fiel,
el que tanto se escuchó hablar,
empezó a aparecer en aquel bar
cerca de los oídos de aquellos que iban al pasar.
Gabriela ya no es lo que era,
los años le empiezan a pesar.
Se comporta como un felino,
aunque ya hace rato dejó de cazar.
Gabriela ya no es lo que era,
creo que ya no me gusta más.
Hay otras como ella,
incluso mejores sin más.
Y ese mozo cruel
dejó a Gabriela sin avisar.
Despertó y en sus sábanas
no había más
hombros anchos que abrazar,
ni hombre que besar,
ni hombre que la hiciera gritar.
La tomó, la usó
como tantas veces ella lo había hecho.
Vacía en su interior quedó,
vacía como la pieza en esa pensión.
Ese mozo cruel,
hombre alto y de hombros anchos,
llegó vacío
y lleno se fue.
Se llevó todo lo que Gabriela tenía,
hasta los vestidos con los que ella dormía.
Gabriela gritó,
lloró y puteó
a ese hombre que la dejó
sola y vacía en esa habitación.
"¿Es cierto lo que escuché?"
decían en el callejón.
"Parece que a Gabriela su hombre la dejó."
"¡Ja! Bien hecho, un poco de retribución
por todo lo que ella nos quitó."
Gabriela lloró,
pero quieta no se quedó.
Volvió a la caza otra vez,
no quedó así sin más.
A su hombre ella
salió a buscar.
Gabriela buscaba
en cada hombre,
en cada sábana,
detrás de cada beso
que ella robaba.
Gabriela buscaba, anelaba
encontrar a ese hombre que ella aún amaba.
Pero Gabriela, ¡él se fue, no volverá!
Deja de buscar a alguien que no está.
Gabriela, no vas a lograr nada,
solo estás entrando
en una búsqueda desesperada.
Sin embargo, Gabriela solo respondía,
mentía, descarada,
a los ojos me miraba
cada vez que un hombre nuevo
a su casa entraba:
Él llegó conmigo, y conmigo se va.
Sus ojos son míos, eso no va a cambiar.
Me quiere a mí y no importan los demás.
Pero Gabriela no escuchaba,
solo salía y caminaba.
A algún hombre
ella siempre robaba,
y las novias otra vez
a ella le suplicaban:
Gabriela, no lo toques,
por favor no lo toques, Gabriela.
Aléjate de aquí,
podrías tener a quien quisieras.
Te lo ruego,
Gabriela, no lo toques,
por favor no lo toques, Gabriela.
Ese hombre de allí
es mío, Gabriela,
no es de nadie más.
Ve a buscar a otro, Gabriela,
pero no lo toques más.
Ella no decía nada,
en el fondo estaba enojada.
Detrás de cada hombre que ella robaba
jamás encontraba lo que ella buscaba.
Gabriela solo rondaba
detrás de los callejones,
de las noches heladas.
Estaba cada vez más desesperada,
últimamente a los hombres echaba
cuando no les daban lo que ella esperaba.
Pero Gabriela, ¡qué hiciste!
Dije al entrar
cuando los vecinos me llamaron
para que los fuera a ayudar.
Gabriela en el suelo,
ella inconsciente estaba.
Un cuadro ella pintaba
con alas de sangre
el suelo marcaba.
Velas rojas y negras
todo el cuarto rodeaba,
y donde ella tenía un espejo
ahora un altar estaba.
Todos conocían
a la calavera que ella rezaba,
todos le temían
porque nunca sabían
quién sabe qué cosa
la calavera pedía.
¡¿Cómo vas a hacer esto, Gabriela?!
Justo a eso le vas a rogar.
¿No sabes acaso con qué vas a pagar?
Tarde o temprano,
la calaverita vendrá a cobrar.
Gabriela no me escuchó,
como siempre me mandó a cagar.
Sola en su habitación,
no me dejó volver a entrar.
Cruel, la calavera
al macho que pidió
se lo trajo un día
en que en el barrio apareció.
Gabriela jamás se dio cuenta
qué era lo había pedido:
el hombre que ella deseaba,
ese que tanto soñaba
Pero Gabriela se quedó
con la imagen del macho que se fue.
Todo este tiempo un espejismo buscó,
ese hombre ya envejeció.
La calavera le trajo al hombre,
pero no al hombre que ella extrañaba.
Le trajo al hombre real
que estaba viejo y cansado,
no al recuerdo que ella guardaba.
Ese hombre que llegó
de nuevo vacío estaba,
pretendía que Gabriela
otra vez lo llenara.
Pero ella vacía estaba,
no le quedaba nada.
Había pagado con todo lo que tenía,
en su pieza, apenas tenía una pava.
Enojado, borracho y cruel,
a Gabriela le pegó.
Pobrecita mi amiga sufrió
hasta que un día la mató.
No crean que la historia terminó,
el cobarde corrió
cuando vio que Gabriela se levantó.
De los muertos ella volvió
a pagar con intereses
aquello que a la calavera le pidió.
Gabriela me miró,
repitió y sonrió
cuando al fugitivo
finalmente lo encontró:
Él llegó conmigo, y conmigo se va.
Sus ojos son míos, eso no va a cambiar.
Me quiere a mí y no importan los demás.
Debo decir que esa fue la última vez
a mi amiga Gabriela, no la volví a ver.
Sé que está ahí fuera
buscando más hombres que cazar.
Alguno de vez en cuando,
algún incauto al pasar
que no conoce a Gabriela
por ella se deja cazar.
Gabriela, Gabriela,
ella sigue buscando
a ese hombre de hombros anchos.
Repite y repite
en las calles al pasar,
su viejo dicho se puede escuchar.
Las mujeres la espantan,
no se quieren ni acercar.
A la pobre Gabriela
la quieren evitar.
Cada vez que la ven
repiten una y otra vez:
Gabriela, no lo toques,
no lo toques, Gabriela.
A este hombre no te lo vas a llevar,
a este hombre y a ninguno más.
Gabriela, Gabriela,
en las calles sé que ahí estás.
Todas las noches
a tu hombre buscas,
siempre te puedo escuchar.
Por favor, Gabriela,
Gabriela, por favor,
ya deja de llorar.
Todas las noches
no te puedo
dejar de escuchar.
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