Se puede todavía.
Algarabía olvidada. Sí, en los pueblos pasa. Es como si nunca hubiera existido el griterío de la muchachada en los recreos o de regreso a casa al salir de la escuela.
Los balonazos en las puertas. Las riñas acobardadas. Los gruñidos de viejos susceptibles que no recuerdan nunca su propia infancia, y por todo protestan, y por todo se enfadan.
Los pueblos geriátrico tienen difunto el correr por las calles, ya muerta la risa inocente, enterrados los sueños infantes.
Y en las ciudades, solo tras las rejas que protegen las inocencias, al pasar por la acera que rodea algún colegio grande, camino de tantos quehaceres como la vida manda, puede el transeúnte recordar cómo fue lo que fue tan antes. Zoológico al que no conviene mucho asomarse. Se puede confundir esa nostalgia.
Ser niño es quizás lo único que merece la pena de la vida. Con todo por hacer y todo a estrene. Con las ilusiones intactas, con los sueños que cada noche se renuevan y se cambian. Con el universo entero esperando a que uno lo recorra y lo viva y lo cambie.
Pero está lo peor de esa etapa: Lo adulto que lo abusa, que lo maltrata, que lo obliga, que lo coarta.
Hay que domar al potrillo para que sea útil, para que no se tuerza.
El futuro que al presente aplasta.
Crecer es ir endureciendo el alma. Alma infantil de nube esponjosa que constantemente cambia en velero, en dragón, en águila. Que con el tiempo se hace gachas, luego barro y al fin piedra con forma de nada.
De nada. Salvo que uno no olvide al niño que fue y que temía y reía y jugaba y soñó mil vidas que, ¿por qué no? hoy, ahora mismo, soñarlas.
Por los adentros andan.
Eso de amarnos.
Pienso si no podríamos,
si será tan imposible,
no hacer esta Tierra tan invivible.
Pienso si quizás,
queriendo,
con el empeño sencillo
de no dañarnos,
no podríamos,
por un siempre,
procurar eso de amarnos.
Respetarnos.
Pienso si,
las buenas noches,
podrían no ser solo una,
y que nadie hubiera de conformarse,
de la ensalada
con la pequeña aceituna.
Pienso,
si fuera el caso,
que la sonrisa contara
hasta en los fracasos,
y que tu abrazo fuera
para mi abrazo.
Pienso,
quizás demasiado,
que el frío no sería tan duro
si para todos estuviera
el pan tierno y seguro.
Y en pensando
van pasando las horas,
mientras lloras,
yo pensando.
...
Lo que tienen los finales.
Siempre quedan historias tras las historias. ¿Qué fue de la hermosa durmiente una vez que le fastidiaron su delicioso sueño? Hoy, por cierto, ¿Un completo desconocido podría besar a una dama así, sin su expreso consentimiento? Sueño eterno. Que quizás era lo mejor que le podía haber pasado a aquella mujer. Dormir, tal vez soñar.
Pero me voy por cerros que no estaban en mi nuboso pensamiento.
Toda historia tiene un final, pero, salvo para los que en ella mueren, siempre es posible seguir el argumento.
Sancho Panza y el rucio, y la Tere y el Bachiller, el cura. Y Dulcinea... Algo pergeñó Trapiello.
Pero, ¿Qué más vivió Gandalf? Estará ya muy mayor Alicia y puede que aquel país sea una dictadura. Pinocho quizás fue víctima de la carcoma, o pereció en una hoguera; o puede que viaje en el baúl de un titiritero. ¿Quién queda vivo en Hamlet? ¿Y qué hace?
En la literatura y en el cine hay muchas segundas partes, pero son muchos los personajes que se pierden sin haber vivido más allá de un desgarrado amor y de algunos otros desastres. Y otros solo han servido vino un instante (y sin frase).
Ciutti, ¿Qué vida tras la muerte de don Juan Tenorio?
Roma, querida Roma, ¿Sigues por Islandia?
...
Si me queréis...
No os vayáis nunca del todo. Haced, claro, cosas constructivas y/o placenteras, pero no dejéis de pasar por aquí de tarde en tarde o de pronto en pronto.
Mis mantecados son a estrene. Quizás, como todos los años nuevos, sepan a lo mismo que supieron siempre, pues tienen los mismos ingredientes, pero los hago con el cariño y el valor que se me supone.
Y, ¿Qué trabajo os cuesta?
Y, para mí, el regalo de un minuto o dos de vuestro valioso tiempo, da sentido a este diario repiqueteo.
Y, ¿De que sirve la noche si nadie duerme?
-Sirve para ver las estrellas.
No lo había pensado hasta que lo he escrito, pero, aunque la retórica me haya fallado, si me queréis...
Por aquí digo.
Ah, y sean sinceros cuando deseen felicidad a sus prójimos. O callen sin más.
Para la hipocresía hay ya gente de sobra.
-Ya queda menos para Nochebuena-.
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