Esperamos el metro y compartimos el mismo cigarro, nos lo acabamos rápido, lo tiramos a las vías y el metro pasó, lo perdimos, me decías que no pasaba nada, que el siguiente sería mejor, que todo siempre pasa, y que nada era para siempre, ni siquiera la felicidad, ni siquiera la tristeza. Yo solo sentí alivio, iba lleno y no tendríamos espacio para los dos, y es que siempre estaríamos los dos.
Recuerdo que te conocí por internet, éramos más chicos, ni siquiera nos podían vender los cigarros que ahora, con desesperación, purificamos. Yo empecé a fumar a tu lado, cuando me rompieron el corazón por primera vez y me quería morir, me ahogaba con el humo, no lo sabía pasar, pero tu no te reías, en cambio me preguntabas si a mi ex lo seguía extrañando, yo te respondía que sí. Para entonces las flores que una vez me regaló ya se habían marchitado, fue la segunda vez que cargué con algo muerto entre mis manos, la primera fue a mi perra muerta a la que incineramos.
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