Frugal.
Aug 18, 2024
La soportable levedad del estar.
(Extracto).
Es conocida la frase: ¡Qué bien se está cuando se está bien!
Ese solo hecho debería ser el fin de toda existencia. Estar bien.
Cualquier otra consideración es una derivada o un error.
Hay un peso en cada alma. Un peso que puede ser el grueso de la suma de muchos pequeños pesos o un solo pesado lastre que se arrastra en el tiempo.
Hay que aligerar.
El ser, por ser, se afana en su propio deshacerse. Con lo obligado de crecer, de conseguir, de encontrar, transitamos nuestros devenires en una ilusión difusa de búsqueda de la felicidad.
La felicidad no es tal como se busca, es tal como se encuentra.
Se es feliz por un instante.
No hay constante otra cosa que no sea el pensamiento trágico o temeroso. Por eso hacemos para un mañana que sabemos no llegará. Siempre es hoy.
A veces, transitamos nuestro presente. Es así cuando no nos agobia el pasado ni nos preocupa el futuro. Raros momentos.
Luz suave y lectura que evade. Sexo. Plácido sueño. Bailar como si no nos viera nadie.
Lo demás es sufrimiento.
Lo siento.
Yo, aquí donde me leen, todavía no soy persona.
Siempre fui mujer de despertar pasiones. Sobre todo en Semana Santa. Luego se dormían la siesta y ya nada. Ni a los tres días resucitaban.
Bromas aparte, como el IVA en los precios, mi vida había salido de fábrica con suficientes taras como para que fuera devuelta, pero se ve que a quien le fue llegando el producto no quiso ser exigente y se conformó con lo que había. O me dejaron en la estantería.
Aparte de lo de las pasiones, que las hubo, lo que yo más generé a mi alrededor, fue un sutil desprecio envidioso.
El hecho de alcanzar cierta notoriedad como fotógrafa creativa, recibiendo premios y homenajes, y gozar con mis méritos de un notable patrimonio, no fue bien visto por los vecinos de mi terruño, pueblo pequeño y cerrado y de intenso desprecio por los profetas paisanos. La tradición.
Mi empeño en seguir viviendo lo más posible en las calles que crecer me vieron, no se vio acobardado nunca por tal vinagre coterráneo, y ahí sigo, sonriendo a gentes que desprecian mi sonrisa.
¡Qué se vayan ellos!
Mi pueblo es mi santuario.
Eso sí, por cuestiones de trabajo, voy y vengo. Me alejo. Y, a veces, tardo.
Pues bien, la cosa es que en la capital, la de la provincia, sí que se me tiene estima. Al menos eso se opina. Hasta hacer un museo con mi obra están valorando.
Yo, en sinceridad modesta lo digo, pienso que no es para tanto, pero me dejo llevar. Entiendo que las ciudades pequeñas necesitan también sus héroes. Y es de cultura de lo que se trata, así que... no creo que haga daño.
(Me pierdo en elucubraciones).
Digo, que en el ayuntamiento, votos democráticos, han decidido hacerme hija predilecta de la ciudad. Me acaban de dar aviso. Me han despertado con eso.
Yo lo pienso.
Y creo que mejor no, que yo estoy todavía a medio hacer, que no tengo personalidad apropiada para ser predilecta de tanto.
Que no sé. Que no me veo.
En un rato les contesto, cuando me haya tomado el café. Y una magdalena.
Vale.
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