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Frío Mantra

Nov 5, 2024

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Frío Mantra
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Interpreta la muerte de su perro, porque el departamento está lleno de objetos y aromas sin dueño. Sus dedos desnudos descartan un matrimonio y supone que tampoco tiene pareja o que no es muy cuidadosa. Vive acomodada, pero las personas en los marcos (a quienes piensa como su familia) no lo son, así que debe trabajar en algo importante. Su biblioteca, orientada hacia el sol de la mañana, es ordenada y contiene títulos dramáticos con poca ropa y mucha piel, pero no hay ninguna continuidad o coincidencia de autores. El espejo le indica que es pelirroja, joven, teñida y bonita, aunque no sabe si puede juzgar eso de ella misma.

Según la heladera y las sartenes, come casero y rico. Considera salir, pero cree que no podrá volver. Piensa, se concentra en comprender, que debe llevar mucho tiempo en ese lugar, pero sigue deduciendo cosas simples. Hipotetiza que solo sabe lo que recuerda, y que solo recuerda lo que acaba de pensar. Su mente está nublada, presente en el ahora y presa del alcance de sus acciones inmediatas. Se concentra en recordar esto, en saber que solo sabe lo que piensa. Busca dónde escribir, mientras se esfuerza en que la nueva idea no reemplace por completo la revelación. Consigue un lápiz a medio masticar y una hoja sobre la mesa. Cuando la observa, lee 5 palabras: “Eres esto, no olvides recordar”. Piensa en su significado, cree que lo sabe, pero no logra retenerlo. Lo que nota es que lleva un lápiz en la mano. Presiente la importancia de la frase, que está repetida 4 veces en el papel frente a ella, y la escribe en un costado libre, junto a un par alineado de salpicaduras que oscurecen circularmente el papel. Ve una hoja junto al bollo de papel en la mesa, lleno de garabatos, y sigue escribiendo con la birome que tiene en la mano, pero la falta de luz le impide terminar. Se sienta en la silla, agotada, y las palabras grabadas en la madera rasguñan su ropa. Mira las 14:00 en el reloj de la pared, debajo del cual puede leer una frase corta escrita en fibrón. Cojea hasta descubrir la cocina, toma lo poco que no está podrido, y sigue andando.

Por un lado, el mantra vive en sus pensamientos: no puede abrir los ojos sin verlo. Por otro, sus pensamientos viven detrás del mantra, sin espacio de expresarse más que por los sueños, islas olvidadas de memorias sin flujo.

No se despierta, porque no sabe que durmió, pero está en su cama. El mantra vuelve a fluir desde los rasguños en el techo hasta su mente resbaladiza, limitada al ya, y el olvido pasa sus garras por los mismos caminos, grabando más y más profundo una disyuntiva inexistente; dos caras de un mismo hecho sin concreción. “no olvides recordar”, una aclaración plausible porque el pasado y la memoria deben existir en algún lugar. Se está atrapando, pero no ve los bordes de una cárcel apenas más grande que su conciencia, siempre un poco más grande. Así que vaga por conclusiones apoyadas en el vacío, que caen por acción de su olvido. Pocas veces piensa en lo primero, “eres esto”, pero cuando lo hace, su crisis se redobla, su línea de pensamiento es anudada sobre sí misma y nada salvo una poderosa distracción evita que se consuma.

El espejo del baño le susurra que es vieja, encorvada y demacrada a límites penosos. Las grietas, la mugre y el mantra no le permiten hablar más alto, decirle lo poco que duerme, explicarle que sus cabellos conservan el rojo que antes la caracterizaba, que su piel también está marcada por el mantra de maneras cada vez más dolorosas. Y hay cosas que un espejo no sabe, o que no quiere decir. No puede hablar del sufrimiento, de las guerras, del encierro. Solo puede mostrarle a una superviviente, incapaz de vivir fuera de una prisión interna, reforzada por un mantra nacido de la desesperación. Un destino que evitó a los otros, pero que no por salvarla es menos terrible.

Tomás Montaña

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