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Cargo con una nostalgia tan antigua como mi linaje,
tan antigua como las ramas infinitas de mi árbol genealógico.

Y lo se cada vez que miro el mar.
Cada vez que escucho la estrepitosa ola romper contra si misma.
Su presencia me resulta una promesa,
una esperanza perdida pero perseverante.

¿Cuantas veces me revolucionara la sangre
la presencia de esa linea perfecta que conforma el horizonte?
¿Porque esta atracción hacia un aparente limite -mero espejismo visual-
que parece ser el fin de lo presenciado?
¿Que es lo que espera mi anhelo al perderme
en ese cuadro pastel que me desdibuja en fantasías?

Es la certeza de que lo que veo no es tal cosa sino lo que quiero de ella.
La certeza uniforme de que mas allá siempre estará la linea, y las olas,
y su vaivén constante, la voz de un silencio profundamente propio, y las olas.
La Fantasía -si, con mayúscula- de que en mar abierto
encontraría lo que en tierra firme jamas podría.
La adrenalina de finalmente caer sobre mi propia historia como la ola.
La misma incertidumbre diara que se cuestiona
a donde irá a parar tanta vida.

Como dijera Juan Gelman, la respuesta a tanta duda visceral
la tienen solo los trabajadores del amor.

Rocío Giménez Ferradás

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