Así como Frankenstein,
sólo obsesiones arrastran mis entrañas.
Así como el Monstruo,
este punzante sentir,
cálido y comprensible,
le dicta a mi carne que soy humana.
Pues siempre anhelo
devorarme en la penumbra,
esparciendo mis huesos
hacia la inexistencia.
Y este dismorfismo,
con su sutil tarea:
matar mi reflejo,
convertirlo en enemigo,
enfrentarlo a mi parte inhumana,
caníbal, destructiva,
de carne firme,
aún arraigada a mi piel.
Pero era yo,
perturbable y feliz,
profundamente temeraria,
inocentemente atractiva,
como sólo una presa podía serlo.
Y ahora, depredada,
y ahora, depredadora,
el mundo se tornó huérfano.
Y mis huesos,
que al fin firmes se alzan,
no encuentran alma de la cual alimentarse.
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