Las flores frescas
se secaron antes de tiempo.
El agua —ya turbia—
había comenzado a oler distinto.
Las palabras secretas,
esas que nunca se dijeron en voz alta,
salieron solas,
como si ya no tuvieran miedo
de ser escuchadas.
Los secretos,
afilados y mudos,
rompieron el vidrio
desde adentro.
Los fragmentos volaron,
se incrustaron en mi piel,
no grité…
pero sentí cada uno.
El suelo se movió,
nada fuerte,
pero lo suficiente
para que el florero cayera.
Las flores no solo se rompieron…
se abrieron por dentro,
exhalando un olor rancio.
Pétalos por el suelo,
agua gris escurriéndose,
y un silencio pegajoso
como mentira descubierta.
No hubo gritos,
solo una repulsión tibia
que no hizo falta nombrar.
Y allí quedaron,
en el piso,
las flores.
Destruidas por el impacto
De el suelo
Contra ellas .
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