mobile isologo
buscar...
Empieza a escribir gratis en quaderno

Camino por la senda pantanosa al borde del campo. Una sinfonía de grillos, ranas y pájaros me arrulla tras un día de voluntariado en el refugio. Veo un gato asilvestrado. Su lenguaje corporal expresa curiosidad, su mirada es inquisitiva, pero no sabe si acercarse o no. Parece ser receptivo, pero cuando me acerco, huye. Como el sol en esta tarde nublada y tantas otras cosas de la vida. La danza del acercamiento y la huida.


El viento aúlla gélido. Siento el frío en los huesos como si estuviera desnudo. Llevo ropa térmica, pero el frío no la reconoce, la niega tenazmente. Si uno se abriga, pero el frío lo desnuda, ¿existe realmente la ropa? De repente, vestirse se siente un acto puramente estético, un ritual ornamental. Una armadura o máscara más entre las muchas que usamos. ¿De qué sirven nuestros escudos y defensas si no cumplen su función?


Hoy pisé una piedra con el talón. Me corté la mano sin querer. Anoche llovió toda la noche y tengo las botas pinchadas. Me puse una bolsa entre la bota y la media pero fue peor: provocó transpiración y ahora no solo tengo los pies mojados y fríos, sino que también tengo la piel plantar arrugada como una pasa y siento pequeños cortes entre los pliegues de mis pies planos. Una sensación de pie de trinchera. Pero completé todas mis tareas asignadas a pesar de los inconvenientes: curé y alimenté a los caballos rescatados, vacié los boxes y volví a colocar viruta de madera para que duerman cómodos.


Salgo del campo, estoy a un kilómetro de la ruta. El primer colectivo que debo tomar pasó antes de horario. Al final del camino de tierra encharcada, a través de una ventana entre árboles, molinos y enredaderas, lo veo pasar a las 17:55, como si mirara por el ojo de una cerradura. Tendría que haber pasado a las 18:15. El futuro palpable e inmediato: tendré que esperar más de una hora a que venga el próximo.


Tras arrastrar mis pies arrugados por el camino embarrado, llego a la parada inexistente, sin techo ni asiento. Improviso un banco con el guard rail de la ruta y me siento a esperar.


La sinfonía de grillos, ranas y pájaros es reemplazada por el zumbido de los coches que van y vienen por la ruta. Amortiguadores que no dan más, motores fuera de punto, correas de alternador flojas, el silbido de los frenos de los camiones, motos con los tubos de escape sin sordina y el ocasional traqueteo de ruedas desalineadas me golpean los oídos. 


Pero entre el bullicio surge una escena conmovedora: en la parada del colectivo al otro lado de la ruta, bajo techo y refugiados en su propio abrazo, una pareja joven charla dulcemente. Esto aligera mi mochila espiritual. Abre la puerta a la posibilidad de un mundo más ameno.


La cortina de plomo que me cubría se aleja lentamente, dando paso a un tímido cielo celeste, casi plateado. Febo finalmente irrumpe, haciéndose presente, aunque solo sea en los minutos finales, como el jugador que entra en el minuto 89 y marca el gol de la victoria en un partido de fútbol. 


Veo las flores silvestres tenirse de dorado con la luz del ocaso: Spiraea Cantoniensis y Sinapis Arvensis. Corona de novia y Mostaza silvestre.


Te pienso y ahora soy yo el que no reconoce la existencia del frío y el viento. ¿Si el frío que congela todo se ve derrotado ante la calidez de pensar en el ser amado, realmente existe? 


Vuelvo a escuchar la melodía de las hojas contra el viento, las ramas que crujen como si la tierra se desperezara y alguna que otra abeja que está haciendo horas extra. La cacofonía mecánica de la urbanidad es derrotada. 


Llegó la primavera, y siento que todas las flores del mundo florecen para vos. Y yo quisiera florecer también.

Pablo Bernabé Céspedes

Si te gustó este post, considera invitarle un cafecito al escritor

Comprar un cafecito

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión