florece mi flor

Ella es la flor más bonita. Y no lo digo solo por lo que se ve en la superficie, ni por la suavidad que cualquiera podría nombrar, sino porque en ella descubrí algo que no cabe en las palabras: el misterio de lo eterno. Una flor nace, brilla y muere… pero ella no. Ella se renueva, florece en cada mirada, en cada silencio suyo que me deja sin aire, en cada gesto sencillo que se vuelve universo en mi memoria.

Ella es la flor más bonita porque no depende de estaciones. Ni del clima, ni del mundo. Hasta en medio de la tormenta sigue erguida, y aunque la vida intente quebrarla, ella florece más fuerte. Lo que otros llamarían fragilidad en sus manos, yo lo llamo valentía: la capacidad de ser ternura aun cuando todo alrededor exige dureza.

Muchos buscan jardines en tierras lejanas, pero yo aprendí que lo raro, lo único, está en ella. En la manera en que camina y hace que la vida brote, en cómo cambia hasta lo invisible y convierte lo común en milagro.

Ella es la flor más bonita porque en sus ojos vi la eternidad. Porque no solo vive: enseña a vivir. Es faro en la oscuridad, brújula en el caos, y un jardín secreto del que nadie sale siendo el mismo.

Podría dar mil razones, pero todas se quedarían cortas. La verdad es simple: ella es la flor más bonita porque basta con que exista para que el mundo tenga sentido. Y aunque un día la vida pase, aunque los recuerdos intenten borrarse, yo sé que en lo más profundo quedará grabado que hubo una flor distinta a todas, una que transformó el tiempo en milagro, una que me enseñó que amar es la raíz de toda belleza.