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Filosófica resignación.

Dolbach

Dec 18, 2024

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Filosófica resignación.
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La paradójica existencia de un indocumentado con documentos.

Nunca quiso aquella incógnita ser despejada y vivió a salto de pata coja como en un constante juego de niños despreocupados de la preocupante existencia.

Barón por parte de madre y alopécico por parte de padre, llegó a la edad de piedra tras fabricarse un gomero que los finos niños de la capital llamaban tirachinas, cosa que a él no le gustaba, pues las mujeres orientales en general, si eran guapas, le resultaban muy atractivas.

Luego ya, crecida una barba circunspecta, aparcó el armamento y se fue dando con fruicion a la lectura de los clásicos y a comer huevos fritos. Observó que aquellas dos actividades eran perfectamente compatibles, aunque también comprobó que la yema sale muy mal de Las 120 jornadas de Sodoma. Cosas que pasan.

De tales y cuáles lecturas le quedó un regusto a ignorancia mezclado con el de los huevos y así concibió la idea de escribir sus propias sinsustancias.

-Si uno de Westland Row, puede ¿por qué no voy a poder yo? Se dijo, porque se decía muchas cosas.

Y se puso a ello como si acabado el día no hubiera de nacer ninguno más y escribió tanto que agotó las palabras conocidas y le llegó una reclamación de la Real Academia de la Lengua, aunque en blanco, al carecer de material.

De todas formas, comprendiendo lo que pasaba, aquel Barón calvo, compuso un nuevo diccionario con cien mil palabras nuevas y lo envió a esa gente que se había quedado huérfana de vocablos:

Lavabajillos: bidet.

Gilalbornoz: proletario con ínfulas.

Cestoventano: persona insustancial.

Jergonsinbastas: obesidad mórbida.

Pisarrastrojos: ser desocupado y despreocupado.

Analcateto: tonto del culo.

Y así la vida pudo continuar en el aspecto que al decir y escribir atañe.

Luego de escribirlo todo y por mor de no agotar de nuevo los ladrillos del habla, calló en un profundo silencio y dedicó sus horas a mirar el horizonte a su espalda. Esto era un problema pero lo solucionó con un espejo. Más adelante pensó que ya estaba bien de sandez y decidió girarse y mirar sin estúpidos condicionantes.

¿Qué necesidad de complicarme la vida?, se dijo porque se decía muchas cosas.

No se casó ni un cuarto de hora porque consideró que aquel acto iba contra cualquier consideración y respeto a la libertad y, apunto de paso, las mujeres le supusieron una extraña sutileza incomprensible las más de las tardes noches.

Un par de ellas, ninguna oriental, lo hicieron feliz a ratos y, tres o cuatro más, bastante desgraciado.

El amor, se dijo también, es un invento del diablo.

Y llegó el día de morir y lo aceptó por contrato.

"Muera el cuerpo que sustenta mis miserias y dio alguna vida a lo que de mí fuera sensato, que lo que sea que fui, no será más ni falta que hace, que con un Dolbach sobra para las alforjas de este viaje". Dijo en última instancia.

Y por ahí yace.

(Historia que nació por y para Gabriel).

Dolbach

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