Me desespera un poco tu capacidad de adjudicarte mis versiones, como si tuvieses la bondad de plasmarlas en figuritas y las fueses coleccionando.
Y hablás de ésa en particular como la mejor que fui, por eso la pegaste en el centro, y es entonces que a todas las demás se les fue opacando el brillo, y necesariamente comenzaste a acusarme por la distancia, la incompletitud, y todas las cosas que volviste válidas para exigirme.
Como si fuese un mínimo indispensable y consistente, como si fueses una de las partes de mí que me reclama todo el tiempo ser aquella, que ahora ni siquiera es mía.
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