Villa Sinapsis supo aparecer en el libro Guinness como el pueblo más intelectual del mundo. Toda su población está formada por familias de clase media ilustrada, con la mayoría de sus integrantes Licenciados y Doctores en diversas disciplinas del conocimiento humano. Esto es resultado de su tan particular historia. En el año 1916, un grupo de profesores de la Universidad de Gansachussetts decidió asentarse con sus familias en unos terrenos a veinte kilómetros del campus universitario. Desde ese entonces, las sucesivas generaciones descendientes de aquellos pioneros fueron estudiando en Gansachussetts y convirtiéndose en profesionales.
Ese día de febrero era muy especial para los habitantes de Villa Sinapsis ya que, como todos los años, se reunían todos en la plaza del pueblo para festejar el carnaval. De a poco iban apareciendo los pobladores, acarreando sus respectivos termos, mates, o bien, bebidas frescas para sobrellevar el calor de esa tardecita de verano. Nadie se quería perder esta festividad que solo podía disfrutar una vez al año, el momento en que se sacaba a relucir el costado más alegre y divertido de las personas. Y para qué otra cosa sino para divertirse estaban allí los villasinapsenses, y de la manera más eufórica que conocían: con una buena charla-debate.
A medida que llegaban se iban sentando en el suelo formando una gran ronda. Una vez que se tomó lista para corroborar que todos estuvieran presentes, decidieron dar comienzo a la charla. La primera en tomar la palabra fue la Historiadora:
—Muy bien… Estamos acá reunidos para conmemorar esta fiesta popular de índole pagana. Fiesta cuyos orígenes podemos hallar en las festividades dionisíacas de los antiguos griegos, similares a las saturnales romanas y las posteriores bacanales...
—No se olvide, Licenciada, de remarcar los comportamientos rituales propios de sociedades tribales que se pueden observar durante estos festejos —acotó el Antropólogo.
—Eso sumado a lo que dice Bajtín —interrumpió la Literata—, sobre la exacerbación de lo grotesco y su relación con el arte popular medieval…
—¡Qué me viene con esos datos tan inexactos! —el Matemático se veía bastante enojado— Acá lo único comprobable es que el carnaval finaliza cuarenta días antes de la Pascua, lo que equivale a 3.456.000 segundos.
—Ni hablar de cómo esta festividad permite que lo sublimado en el plano de lo inconsciente pase al plano de lo consciente —el Psicoanalista nunca perdía la calma.
—¿Qué están diciendo todos ustedes? ¿Quién los conoce? ¡Muertos! —opinó la Forense.
Como solía pasar en las charlas-debates de aquel pueblo, la discusión comenzó a acalorarse cada vez más. Y nadie podía parar a un villasinapsense a la hora de defender sus proposiciones teóricas. Imagínense, entonces, a todo el pueblo haciendo lo mismo; no era extraño que sus carnavales se extendieran hasta altas horas de la madrugada del día siguiente, desembocando muchas veces en amistades rotas debido a diferencias irreconciliables entre neopositivistas, estructuralistas y posestructuralistas.
Pero esta vez algo los interrumpió cuando todavía asomaban algunos rayos de sol. A todos les pareció que la Ingeniera Hidráulica levantó la mano derecha para tomar la palabra, pero ahí nomás la bajó; inmediatamente levantó la izquierda, y de nuevo la derecha, y la izquierda otra vez… ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Por qué de pronto se paraba y pisaba fuerte contra el suelo como marcando un pulso constante? De a poco les llegaba a sus oídos la respuesta a esta incógnita. Desde unos quinientos metros de distancia (según calculó el Físico Acústico) un sonido grave era emitido por el golpeteo de una membrana, acompañado por unos chasquidos agudos de dos objetos metálicos que se entrechocaban. La vibración de estas ondas sonoras se fue metiendo en el sistema nervioso del resto de los pobladores, obligándolos a incorporarse y a imitar los movimientos de la Ingeniera.
Sin dejar de sacudir eléctricamente los brazos y las piernas, el pueblo se fue trasladando hacia la fuente del sonido. No era más que una murga que viajaba a un corso de la capital. La combi se detuvo por problemas mecánicos y para matar el tiempo se puso a ensayar. Pero para Villa Sinapsis era algo novedoso, algo que desafiaba completamente su mente racional. Cada golpe sobre los parches se confundía con los latidos del corazón y, junto con la sangre, irrigaba ritmo hacia cada rinconcito del cuerpo. No había en esta nueva sensación nada que los villasinapsenses supieran explicar con palabras, quizás esto era una genuina manifestación de alegría, o algo cercano a lo mágico… Pero para qué iban a intentar razonar sobre aquello si lo mejor era dejarse llevar por el baile. Y realmente se dejaron llevar, hasta olvidar por completo las disputas científicas, o si la personas de alrededor ostentaban el título de Doctor, Licenciado o Bachiller…
El día de hoy, 22 de septiembre, el pueblo de Villa Sinapsis continúa bailando ininterrumpidamente al ritmo de los bombos con platillo, alrededor de una fogata que no pareciera extinguirse jamás. ¿Por qué será que nadie puede parar este impulso? ¿Por qué sus cuerpos no se agotan de tantos movimientos frenéticos? Difícil de explicarlo, ya que los especialistas que fueron a estudiar este fenómeno in situ no pudieron regresar. Algo los impelió a sumarse al ritmo contagioso del baile y los bombos.
Por supuesto que se han barajado algunas hipótesis sobre este caso. Se especula, por ejemplo, que los villasinapsenses están festejando todos los carnavales que se perdieron de festejar en la historia del pueblo, como una piñata que nunca deja de llenarse de caramelos hasta explotar y largar de golpe toda la dulzura reprimida. Pero, sinceramente, yo creo que simplemente son víctimas de una bella maldición: están condenados a disfrutar de un Corso Eterno.
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