Estamos hechas por partes como el monstruo de Frankenstein. Algunas partes les gustan, otras no. Pero no queda más remedio que acostumbrarse a este cuerpo capaz de todo...
Abrimos la boca y sale una voz suave de una niña repleta de ternura. Pero cuando esa voz se cansa y sale con hastíos de ira nos volvemos a convertir en el vástago menos favorito de Dios, en todo lo condenable, en la vergüenza.
Nos cortan por la mitad, como un noble fruto, observan el monstruo escondido tras el cuerpo de dama y descubren la verdad: cualquiera nos puede catalogar, cualquiera nos puede desmerecer. Somos como un simple objeto que nació para ser exprimido.
Pero ellos no saben, la ira no descansa, crece como olas en el océano.
Nos reímos y el mundo nos juzga. Amamos y somos arpías, disfrutamos y estamos alienadas. No saben que sonreímos porque ya no queda más nada que perder. Ya nos prendieron en la hoguera una vez, en vano, porque lo único que lograron es que nuestro corazón permanezca en llamas, llevándose todo a su paso.
Nos convertimos en mujeres y nos quieren enseñar a serlo, porque no sabemos nada. Nunca sabemos nada.
Todo está bien hasta que explota. Hasta que la vulnerabilidad, la angustia, el enojo rebalsa. Hemos vivido con esa ira, ignorándola, sin saber que nos alimentamos de ella, sin saber que al convivir la aprendemos a usar, llevándonos todo a nuestro paso.
Existimos en este mundo de agonías, con nuestro potencial que se escapa en por la alcantarilla como gotas de lluvia mientras que de la otra calle aplauden al más lumpen de ellos. ¿Todo el mundo se siente así? ¿O simplemente no hablan de ello?, ¿O simplemente estoy completamente sola?
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