Lección 1: Porcentajes.
Al principio me daba muchísima paja tener clases en casa. Pensaba que se iba a sentir más o menos como lo que debe sentir mi vieja todas las veces que llega a la noche cargada de carpetas desde el estudio y me las muestra, cansada y resignada, quejándose de lo mucho que detesta “traer trabajo a casa”. Yo me la paso en la escuela, entiendo que soy un asco para las matemáticas, pero al menos voy. Tengo ex compañeros que abandonaron y se buscaron un trabajo. Ella no quiere eso para mí, así que se pone pesada con que me dedique a aprobar las materias. Pero bueno, eso de tener un profesor particular en casa dos veces por semana se sentía como estar trayendo trabajo a casa.
Cuando lo vi por primera vez eran las 10 de la mañana de un sábado. Yo estaba en pijama, lleno de lagañas en los ojos y despeinado como si hubiese bajado de mi habitación al living en moto. Cuando me vió sonrió divertido, casi como conteniendo una risa prohibida.
—Hola —le dije —¿Cómo estás? además de dormido...
No le contesté, sólo sonreí irónicamente. Soy experto en eso. Me senté y vi que él estaba tomando un café en mi taza. Supe que era mi taza porque es de esas blancas feas que tienen el signo del zodiaco y una descripción que claramente no se ajusta a mí en nada.
—Esa taza es mía —le dije mientras él comenzaba a sacar cuadernos, libros y fotocopias de su mochila. —Ah... perdón, me la dió tu mamá, me ofreció un café y le dije que sí… no sabía, disculpame...
Noté que se ponía cada vez más nervioso intentando explicar algo que sencillamente no necesitaba explicación, me pareció interesante. Me gustó que alguien de casi treinta años se pusiese así por algo tan insignificante.
—Ya fue, no pasa nada. Igual todo lo que dice ahí es mentira. Voy a hacerme un té, ya vengo —le expliqué.
Desde la cocina y mientras esperaba a que se calentara el agua de la pava lo espié. Vi cómo leía atentamente la descripción absurda de VIRGO en la taza. Sonreía y asentía mientras la leía. Me llamó la atención su sonrisa. Era perfecta, mostraba el porcentaje exacto de dentadura que una sonrisa tiene que mostrar… no sé bien cuál es ese porcentaje, no soy bueno en las matemáticas, como ya dije. Pero es ese. Es ese que tiene él en la sonrisa. Además el colmo de la perfección sonresil se lo daba los hoyuelos. Siempre tuve debilidad por las personas con hoyuelos. Me parece de las cosas más atractivas del mundo, y en él se formaban tan naturalmente que a veces me quedaba viéndolo sin más, sin siquiera escuchar lo que me explicaba. La pava empezó a silbar con tanta fuerza que me sobresaltó. Dejé caer la taza al suelo, que se hizo pedazos al instante.
Santiago vino a la cocina preocupado, me preguntó si estaba bien. Me agaché a juntar los pedazos de cerámica y él también. Me sentí muy nervioso teniéndolo tan cerca, sus rulos me rozaron la mejilla y sentí cosas fuertes que no creo poder explicar con palabras aún. Tragué saliva y juro que el sonido se escuchó hasta la casa del vecino. Cuando levanté la vista lo tenía aun más cerca de lo que creía. Me estaba mirando, sonriendo. Sus hoyuelos me invitaban a hacer cosas divertidas, mucho más divertidas que sentarnos en el living a estudiar derivadas e integrales… quise decírselo: “Che, Santi, sé que recién te conozco, y que nos llevamos por lo menos diez años de diferencia, pero me gustás, me gustan tus rulos alborotados como de publicidad de shampoo, me gustan tus lentes casi intelectuales, tu forma de reír leyendo una taza tonta, y sobre todo tu sonrisa, tu sonrisa perfecta que construye hoyuelos en tu cara haciéndola ridículamente linda, tu sonrisa perfecta que deja ver la exacta cantidad de dentadura que una sonrisa tiene que dejar ver, el 23%”.
No, antes no lo sabía, Santi me lo enseñó en ese instante, el porcentaje exacto es el 23%. Tengo el mejor profe de matemáticas del mundo mundial.
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