Raúl entrecierra sus ojos marrones, intentando enfocar una manzana reluciente que se refleja sobre la madera encerada del escritorio que está a unos metros. Dentro de un florero transparente tres margaritas son visitadas por una pequeña mariposa amarilla. Sobre una pila de manuales reposan unos lentes pequeños con una de sus patas quebradas. Una silla blanca sirve para apoyar un bolso con cartulinas de varios colores. Las uñas de Silvia, golpean contra el pizarrón negro, mientras traza unos números y remarca el signo de la suma.
Los dedos de Raúl sostienen con fuerza un lápiz negro tratando de dibujar con dificultad el número ocho sobre los renglones de un pequeño cuaderno forrado con papel araña azul.
El choque entre las palmas de la mujer limpiándose los residuos de la tiza, retumban en el silencio.
Los mocasines marrones de Silvia recorren un tramo, sobre el piso monocromático, esquivando una fila de gruesos bancos, hasta acercarse a los pies descalzos de Raúl.
El alumno sigue concentrado en la cuenta, cuando Silvia se inclina para ver su cuaderno. Su manicura francesa se hunde cariñosamente sobre el hombro del adolescente, arrugando la remera amarilla que lleva.
El cacarear de un gallo interrumpe la quietud.
Silvia levanta la manga de su guardapolvo dejando al descubierto el reloj que lleva en su muñeca. Las agujas marcan las doce en punto.
El adolescente sonríe mientras acomoda rápidamente sus útiles dentro de un bolso de tela. Silvia camina lentamente hacia un gran ventanal con persianas grises. Toma una pequeña soga y comienza a deslizarla hacia abajo.
La fuerte luz que entra de golpe, hace desvanecer el cuerpo de la maestra, volviéndolo polvo. Raúl corre hacia ella con una gran sonrisa, desapareciendo de la misma manera .
Entre los rayos solares enceguecedores se distingue a un gallo que entra por el ventanal. El animal camina entre las patas de los bancos escolares roídos hasta toparse con una silla despintada ,salta sobre ella y luego hacia el escritorio. Da unos picotazos en una manzana podrida. Luego, camina dejando huellas en la madera polvorienta. Le llaman la atención los pétalos marchitos que se amontonan cerca de un florero opaco y los mueve con sus patas. De un tranco cae sobre una pila de libros marrones ,donde hacen equilibrio unos anteojos, que ante el aleteo repentino del animal, se estrellan contra el suelo lleno de moho.
Paula Dreyer
Soy Guionista, Comunicadora Audiovisual y mamá de tres. Amo relatar mis vivencias y crear mundos con mi escritura. Tengo raíces de pueblo que las fusiono con la gran ciudad.
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