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extraños en la noche

León

May 28, 2025

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extraños en la noche
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Esta es la alegría: la de los ojos risueños y el sueño alimentado.
Alguien se acerca a pedirme un cigarrillo. Charlamos un rato y después se va.
Pasa seguido. Estoy vestido de invitaciones, al servicio de un misterioso alguien, una pregunta que me salve.
Acaricio las aceras; el reloj recobra su antifaz de accesorio.
Veo cómo se aleja su silueta: jamás pregunté su nombre.
No necesito saberlo ni desvelar los interrogantes. Extraños en la noche.
Al exhalar la segunda pitada, sin embargo, me arrepiento de tanto romanticismo.
Tan rápido mi mente resuelve los asuntos tardíos.
El hermetismo no me conduce a buen camino.
Pensándolo mejor, no me conduce a nada.

Mis yemas hacen viajes de corta distancia; juego con el humo.
Debí presentarme, sentencié. El encendedor que sacó hacía juego con sus aretes.
Su voz, cristalina, disculpándose por el atrevimiento.
Los faroles, con un adorno sobrio de rímel: una línea perfecta que conducía al laberinto.
Llevó el cigarrillo a sus labios, un coral de perlas uniformes, y sonrió cuando dije que el pucho se regala y los encendedores se roban.
Robaría el suyo, con gusto, quise decirle, incluso cuando intentó vanamente prenderlo. No funcionaba.
Se arrimó el pelo hacia atrás, con una gracia de actriz de cine.
Me recordó a una película antigua que vi hace tiempo.
No me esforcé en perseguir el recuerdo; estaba completamente perdido en su gesto.

Si sus facciones colocaron la trampa, el gesto que hizo me empujó a la fascinación: sus dedos alzados rápidamente, índice y reverso de pulgar juntos, en un chasquido mudo.
—¿Tenés fuego? —
Revisé mi bolsillo derecho. Dónde, dónde. Me preocupé por la posibilidad de haberlo extraviado.
A mi encendedor corriente, barato, comprado en el chino de la esquina, lo convertí en mi posesión más valiosa.
No quisiera perder la oportunidad de encender su cigarrillo.

Me miró fijo, como si en el fuego que le ofrecía estuviera escrito un mensaje que sólo ella podía descifrar.
Sorbió el cigarrillo con suavidad, sin urgencia. 

El humo se deslizó entre sus labios como un secreto compartido.
Yo no dije nada. Tampoco ella.
La noche nos rodeaba con una complicidad muda.

Me adentré al laberinto, que parecía contener historias sin contar.
Tenían esa forma de mirar que no pregunta, pero lo sabe todo.
Me sentí un huésped en su escena. Un figurante afortunado.

No conozco su nombre, no podría torcer el destino llamándola aún si quisiera. Qué es, entonces, esta vana convicción de que nuestra conversación seguirá en mi próxima calada.


León

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