Todo empezó mucho antes del golpe final. Lo vi venir, aunque quise pensar que no. Que no serían capaces. Elegí pecar como ingenux. No, que a lo demás no. Pero lo hicieron.
Mi mamá fue la primera. Si trato conmigo siempre fue despectivo, falso, indecoroso. Sus muestras de afecto siempre fueron intermitentes, a cuenta gotas. Yo me excusaba diciendo que era demasiado inmadura para la edad que tenía. Qué solo era egocéntrica y ya, que quería verme bien, pero no me imaginé que tenía que ser «bien» a sus modos, a su visión y de lo que ella no pudo completar en su vida. Que todo su comportamiento tóxico era raíz de sus traumas, sí, pero cargar con eso en mis hombros me provocaba pesadillas. Me desagradaba su tajante manera de hablar, tan irrespetuosa, pensé que era eso y nada más, pero esto yo no me lo esperaba jamás.
Ella decía «prioriza tu salud, mira, esos ataques de pánico no son normales, tu mirada no es normal, tu carácter tan jovial e inmaduro, no es normal. de hecho, nada de ti lo es. que te hayan echado de los trabajos… eso debe ser por tu actitud, mira como me hablas, pareces unx niñitx. te digo algo, y te olvidas de todo. sí, hasta tu padre me lo dice, tu abuela también observa eso. tenés que ser diferente. a mí no me gusta. así no vas a encajar en ningún lado. no puedes pasar 24/7 en tu cuarto. eso no es normal. El arte es un hobbie. No es real. Vamos, ese médico no vio todo ni te lo dijo todo, yo si te conozco bien porque una madre siempre sabe. Seguro que fue porque le habrás mentido. Qué hablaste de mí en la sesión de terapia, ¿no? Ellos se equivocaron. Tienes que buscar otro y otro, así te dan medicamentos y un bono por discapacidad. de pequeñx, tu no entendías las matemáticas. Tus hermanos sí, ellos son normales. tú no»
Ya había empezado a hablar con mi abuela a espaldas mías, con ese tono de complicidad silenciosa que usan cuando quieren sacarse de encima a alguien sin decirlo de frente. Mi papá ya estaba y se veía desbordado por las incontables discusiones con mi mamá. Un día, él la confrontó de forma terrible, hablando de su ineficiencia como «madre», golpeando su frágil ego, dejándola de lado, ignorándola, sí, de la misma forma que mi mamá me trataba, de la misma forma que ella lo manipulaba por los celos de mi vínculo paterno natural con él. En ese momento, él lo hizo igual con ella, no porque «él estuviera de mi lado», para nada. Él jamás me defendió ni lo intentó. Su cobardía le impedía hacer frente a los conflictos, pero a su vez, él le estaba dando poder a ella.
Mi papá le sentenció la ley del hielo.
Hasta que un día, cuando él se fue, mi mamá aprovechó un incidente del que probablemente estuvo involucrada pero me culpó a mí. El microondas apareció quemado.
Inmediatamente, yo intuí que ella se adelantó porque ella lo había llamado primero. Él, aún con el estrés de ya haber dejado en claro que ya no le interesaba discutir, igual le hizo caso, ¿cómo lo supe? Ella regresó a casa «fortalecida», yo me defendí como pude. Estaba harta de sus infantilidades. De su faltas de respeto, de sus explotaciones. Y ella, efectivamente estaba molesta porque su marido la quería lejos y le quitaba atención a la delgada autoestima de su alma pueril, y eso le golpeaba como miles de ladrillos. Dije todo lo acumulado, lo insensible y manipuladora que era. Que yo me daba cuenta de que estaba tratando de que nadie confiara en mí, de que me estaba aislando. Las palabras me fluían con impulsividad. Yo no era así, pero perdí el control. Ella se atajó como siempre poniendo una barrera de que «te llevas mal con todos, los niños no pudieron haber sido, ahí, ves que eres una basura? mira como me hablas. tu papá se va a enojar» pero en ningún momento tomó responsabilidad de que ella fue la primera en levantarse, usar la cocina y no chequear que esté todo apagado antes de irse, y eso yo se lo recalqué.
De igual forma, yo tomé el teléfono y llamé a mi papá, al menos hice el intento de defenderme y arreglar las cosas, pero la respuesta fue fría. Él efectivamente no quería hablar. Decía que estaba harto y que nos iba a dejar en la calle. Qué éramos unxs malagradecidxs. Me dió impotencia y corté.
Ella rompía otra vez la ley del silencio que mi papá le dió porque lo tenía harto, pero de igual forma, débil, sumiso, estúpido, él cayó en sus redes de araña.
Ella esa noche, de nuevo me llevó a la cocina para hablar. Fue un viernes a la noche y me dijo:
— Esta es la última oportunidad, es la última porque tu papá está muy enfadado contigo. con eso que tú me dijiste... es una falta de respeto, ¿qué tengo yo que hablarte de mi pasado? ¿Qué importa si a mí me trataron mal? no! yo no tengo secuelas como piensas. Estoy muy bien de la cabeza. él quiere que te vayas de aquí. él sabe que nos llevamos mal, ahora él está mucho peor que anduviste hablando eso de mí. ¿pensaste que tu abuela iba a comprender, no? entonces te propongo que tú trabajes en mi negocio y puedas llevarte el mayor porcentaje de las ganancias. Es tu última oportunidad.
...y luego aquí empieza.
— Si tanto andas hablando por ahí mal de mí, porque él se enteró, tu padre está decepcionado de que tú dices que yo soy una hija de puta y que nosotros somos unas mierdas, entonces no te estaría dando esta ayuda. ¿acaso crees que tu abuela va a tolerarte? mira lo que le hizo a su hija, la echó a la casa del fondo porque no la soportaba y ella era así como tú: un parásito sin oficio ni beneficio encerrados en su cuarto.
»¿Acaso piensas que vas a trabajar así con tu cara detestable? No. Hasta ahí incluso en la casa de tu abuela, vas a tener que poner buena cara. vas a tener que ser falsx. ¿Por qué te llevas mal con esos dos entonces? porque no querés a nadie.
»Yo quiero que seas una persona correcta, porque yo tengo la experiencia, los años. tú no tienes nada. no tienes trabajo ni carrera. ¿pensaste que con esa cosa del teatro ibas a triunfar? eso no sirve. yo sé la verdad. veo como eres en realidad. yo sé cómo es la gente.
»Se puede estar incendiando la casa y tú sigues durmiendo ahí y mientras el microondas se incendia. los niños pueden venir y tocar todo mientras tú sigues ahí durmiendo. ¿y si los manipulo a los niños, ¿qué?
— ¿Acaso ellos son tus objetos?
— Sí, ¿y eso qué? ¿y qué si los manipulo? Yo soy la autoridad aquí y se hace lo que digo. Lo único que tenés que hacer es acatar las órdenes, mientras estés aquí, si no ve y haz tu vida.
El día clave, lo sentí en el cuerpo antes de entenderlo con la mente. Escuché que mi papá estaba por llegar a la casa. Fue inesperado. Supe que algo estaba mal. No era una visita cualquiera. Era una emboscada. Sentí que tenía que huir, que tenía que salir de ahí antes de que se concretara lo que estaban planeando.
Ella lo recibió como un rey, ella caminaba como si tuviera una cola larga y seductora. Sí, su misma mujer que tanto decía lo mucho que ella lo odiaba, que le decía que era un pésimo padre, un enfermo y un inepto, un energúmeno sin valor, venían hablando desde las escaleras.
Ella lo había conseguido. Lo tenía de nuevo comiendo de la palma de su mano cuando él había dejado específicamente en claro que ya no quería saber nada de ella, que estaba harto de sus bombardeos de mensajes hablandole de mí en sus horas de trabajo, y él atajándose de que «no podía hacer nada» y que la próxima iba a matarla, pero ya eso había perdido valor de golpe porque lo tenía de nuevo de su lado.
Mi papá abrió la puerta mi cuarto. Entonces, la forma en que él me miró había cambiado. Me desconoció. Ahí no habia jovialidad, no hubo saludo cálido ni recibimiento habitual. No era simple indiferencia, era cálculo. Su cara era una máscara de hierro, su expresión era de un asesino slayer.
Ya no era su hijx en absluto.
Entré en pánico. Sentí que esa pareja me iban a matar para canibalizarme.
— Ay no, ¿ahora qué le pasa? —él rodó los ojos con desdén, la miró a ella y murmuró algo que no llegué a escuchar.
— Qué exageradx. —ella rió
Pero antes que pudiera tomar el picaporte de la entrada, ella gritó deteniendome. Me atrapó y me apretó la muñeca muy fuerte para que yo no me escapara con fuerza. Eché un grito de manera inconsciente de forma desesperada: «te voy matar» y atravesé la puerta corriendo abrazando mi bolso. Escuché a decir a mi papá con aburrimiento «dejalx» vi su última mirada y no movió un músculo. Fue cuando supe que mi padre había renunciado a mí. Me había abandonado para siempre.
Corrí abriendo todas las cerraduras. Toda mí energía nada más en hacer girar la llave correcta. Escuché a mi mamá gritar mí nombre para detenerme. Ya no veía nada. Ya no me importaba nada. Esto ya lo habia vivido mil veces antes. Me querían de nuevo en la jaula. Querían que volviera a ser unx niñx de kinder.
Corrí. Salí con lo puesto, con el corazón golpeándome en el pecho, con las piernas temblorosas y la mente nublada. No entendía del todo por qué, pero sabía que si me quedaba, algo dentro de mí iba a quebrarse.
Giré la llave del portón de mi abuela y me senté en el sillón del patio, llorando, con pánico, con miedo real. Sentía lo mismo que cuando sabes que te persiguen para matarte. Cuando te cazan para meterte en el matadero con el resto del ganado. Luego vi una cara tenebrosa en las rejas del portón en la oscuridad de la noche. Sí, era mi mamá llamándome. Yo grité, todavía en estado de auténtico pánico. Corrí debajo de las escaleras donde había oscuridad y me escondí. Recordaba su cara y me producía auténtico miedo. La misma historia repetida. La misma de pretendía que me acomplara, como cuando no quería hacer algo entonces esperaba su mano para golpearme. Ella me dejaba marcas, moretones, rasguños que me duraban por días. No sanaban. Las ocultaba debajo de la ropa, a veces les lamía la sangre, a veces les ponía hielo o una bandita adhesiva. Realmente me hubiera gustado decirle en ese tiempo a alguien mirá esto, esto me hizo mi mamá, por favor, salvame, pero ¿quién me iba a creer?
La pareja de mi tía apareció de su propio protón y me tomó la mano, dijo «muy bien, respira. no pasa nada. cuenta hasta tres. eso es. muy bien» y cuando me tocó con su mano grande y me palpó la espalda, me abrió la puerta y eso, me calmé. En serio.
Esa noche no dormí. Esa noche supe que había dejado de tener familia en el sentido más mínimo y básico del término. Me quedé en la casa de mi abuela desde entonces y retomé los estudios porque necesitaba sí o sí un objetivo.
.
Apenas compré hojas para la escuela. Tenía que ahorrar. Necesitaba trabajar para esto. Estaba pidiendo por favor una oportunidad. No me alcanzaba para mucho: un paquete de galletas para no caer de sueño en clase y pinceles.
Pero de repente, me sorprendí cuando ví a mi abuela ahí sentada. Tenía el mentón hacia arriba, una pizca de arrogancia cruzaba su rostro. Ella había salido, pero no pensé que iba a regresar tan rápido. Sentí que algo en la energía cambió. Ella se comportó algo diferente, con desconfianza, como si hubiera perdido el control de un objeto valioso, como de una máquina de la que ya no expendía nada.
Mi abuela vio que yo acomodaba una bolsa. Me preguntó:
— ¿Qué es eso?
— Cosas para la escuela. —le respondo con sencillez.
— Espera, ¿qué? ¿Y eso? ¿son…galletas?
— Ah sí.
Inmediatamente, comenzó a cuestionar en tono despectivo y pedir explicaciones como si eso fuera una traición imperdonable.
— Sos unx egoísta. —me dijo— Ahora veo lo que tus padres decían. Comprás comida para vos solx y la escondés. ¿Cómo puedes comer eso a escondidas en esta situación? Yo apenas como, ¿lo ves? ¿No piensas en tu mamá y cómo está ella? En la ayuda que ella necesita, y tú, así... estudiando una cosa que luego tendrás que dejar cuando te des cuenta que ya no te gustará. ¿Y dices que no tienes dinero? A que seguro tienes un millón en tu cuenta y no compartes, ¿no?
Me fui a la habitación tratando de sacar eso de mi cabeza. Al momento escucho que ella levanta el teléfono. Imitaba una voz caída, pequeña:
— Hola, L, ¿cómo estás? Sabes, quisiera comentarte acabo de ver a J que trajo unas cosas… ¡no te imaginas! Tenía bombones y alfajores, y no ser que más… decía que era para la escuela... pero
Esa mujer. Mentirosa. Joder.
Me senté a garabatear. A distraerme un poco. Dios mío, ¿por qué me estaba dando la espalda? ¿por qué repite las palabras de mi mamá?
Me animé entonces y tecleé una vídeollamada. Me sorprendí lo rápido que respondía. Era una psicóloga. Estuvimos un buen rato hablando. Ella manifestó su sorpresa el lujo de detalles de lo que le relaté. Le conté absolutamente todo desde el principio, qué hacía y donde estaba ahora y el por qué, y la razón real del por qué esa gente se comportaba así conmigo.
Al día siguiente, mi abuela se tomó su desayuno, veía la tv, no me dirigió una sola mirada. Ni una sola palabra.
Me quedé bebiendo agua en la mesa. Me empecé a sentir solx de nuevo. Me encontraba tratando de arreglar los horarios de un trabajo, pero no me confirmaban nada. Pero, de repente, me sobresalté. Ella aparecía de un portazo delante mío y me señalaba, con una mirada a punto de ebullición, se dirigió a mí con un tono autoritario:
— A ver si nos podemos de acuerdo, ¿compraste esas galletas y te las comes a escondidas, no? ¿Desde cuando enseño yo eso a mis hijos? Ninguno fue así conmigo, jamás. ¿y sabés qué? Eso está mal. Pasar por delante mío, vivir así como vives sólo y únicamente para ti solx está muy mal visto. Es algo inaceptable.
Yo me defendí y le argumenté, enumerando las veces que cuando trabajé ayudé aportando en casa como podía, le di dinero a mi madre varias veces, y que el paquete de galletas que compré la última vez lo había dejado en la mesa permitiendo que mis hermanos lo vaciaran sin oponerme, sin permitir que me llamara "mesquinx"
— No sé. Yo no vi nada. —le quitó importancia a lo que dije.
— Pero sí lo hice. Ellos vinieron y les compartí lo que tenía.
— No sé. No ví nada. —dijo con desdén. Había pura sumestimación en su voz.
— ¡Qué sí lo hice!
— ¡A mí no me hables así! —gritó con violencia. Levantó la mano, su voz chilló como una puerta oxidada— ¡Ahora mismo te vas! ¡Grandísimo hijx de puta! ¡Voy a llamar a tu madre para que te lleve, no te soporto más! —ella tomó el teléfono y se quejó ante la falta de respuesta— No contesta. Le diré a tu padre. —y lo hizo.
Entré en crisis.
Llamé a emergencias.
Estaba hiperventilando.
Apenas podía hablar.
Ella me vio con el teléfono y gritó:
— ¡¿Estás dando MI dirección?!
Tragué saliva. Toda mi mente se nubló. Mi cara se tensionó de angustia. No, por favor. Que no lo haga, pensé. Lo sé. Va a golpearme... como mi madre lo hacía.
— ¡Y todo eso de la ansiedad es una mentira!
Se me abalanzó. Tuve miedo. No sabía si me iba a golpear o a arrancarme el celular. Solo reaccioné: la empujé para que no me tocara. Le golpeé los lentes sin querer. Ella empezó a gritar, a insultarme como nunca antes.
— Hijx de puta. Basura. Eres una mierda. Dame las llaves, te vas ahora, mira lo que me hiciste, te di todo, te di un techo, ¿y así te comportas?
Llamó al novio de mi tía, que vino pero no intervino. Apenas se quedó mirando.
Mi papá llegó después junto a mi mamá, gritando aún más fuerte:
— ¿Ves lo que te dije? Es una basura. No le quiero en mi casa. Que se drogue, que se prostituya, lo que sea, pero no le quiero. Es culpable de todas las discusiones que tengo con mi mujer, ¿Lo ves? Es toda una mentira esos ataques que tiene.
Nadie dijo basta. Nadie me preguntó cómo estaba. Nadie dijo “esto no está bien”. Solo mi madre que se me acercó con esa frialdad que la caracterizaba:
— ¿A dónde vas a ir ahora? —Y después, como si nada— Vamos a casa, vamos a hablar.
Entre medio de todo el caos, como si yo fuera una criatura caprichosa en medio de un berrinche y no una persona desbordada por la violencia, el rechazo y el abandono. Tenía el teléfono en la mano tratando de hablar, se me dificultaba modular, recordar la dirección.
Mi abuela seguía gritando:
— Hijx de puta, quítale la llave! ¡Me golpeó y me atacó!
— Sí, quítale las llaves, a mi casa tampoco! —mi papá gritó también.
Esa noche dormí como pude. Me recetaron Clonazepam. Fui a la policía. Me dijeron que al ser mayor de edad no podían hacer nada. Que lo lamente, que busque otra opción. Fui a otro destacamento y me mandaron de vuelta.
Nadie hizo nada.
Ni una pregunta. Ni un gesto. Nadie.
Ahora estoy acá, intentando dejar constancia. Porque ya no me queda otra cosa más que mi verdad. Y mi verdad es esta: fui aislado, acusado, expulsado, y dejado a la deriva por las personas que deberían haberme protegido. Me trataron como si no valiera nada. Como si no fuera humano.
Me vi en Gregorio Samsa, y lloré. Pero no porque me sorprendiera. Lloré porque por fin entendí que esa historia siempre había sido la mía. Que desde hace tiempo me ven como una cucaracha que estorba. Pero yo sé que no lo soy. Soy alguien que siente, que necesita apoyo, que merece un lugar.
Y aunque ellos me hayan querido borrar, yo sigo escribiendo.
El arte está salvando mi vida.

June Von Lucifer
i'm J. satanist. fiction lover. esoteric monster. art is something I work to manifest.
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