Cuando se trata de mi sufrimiento
me ubico desde la mirada masculina.
Tomo al dolor y — como a la musa —
lo coloco en un pedestal, en espera de la valoración pública.
Una vez ahí lo observo en detalle, hasta el cansancio,
busco cómo explotarlo, deseo explotarlo.
Le pido que dé vueltas, que haga poses,
quiero contemplarlo en todas sus facetas.
En especial, quiero llegar hasta el fondo
a toda costa.
Me apetece restregar la piel de las costras,
entender la composición.
El deterioro natural,
colaborar a ese proceso.
Quitar el aura
como la quita un dios.
Aceptar el precio
por ello.
He decidido ser la musa de mi propia creación
y — como es natural — no debo pedir permiso.
En el proceso de autodestrucción.
Las musas jamás dieron su autorización,
estoy dispuesta a averiguar cómo funciona mi situación.

Catalina
Me gusta escribir en mi cuaderno, a veces siento que voy a hacer combustión por ello. Esto me da mucha vergüenza, pero qué más da.
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