experto en el arte de no ser nada ★

yo no tengo un hogar pero regreso aquí todos los días. cada día desde aquel martes, finjo que existe un lugar al que volver. uno con paredes que me reconocen, con sombras propias, con una familiaridad que me cobija debajo de mis enormes alas. pero no es verdad: ya no hay sitio que me pertenezca, ni rincón donde el cuerpo se acomode sin miedo. sin embargo, llego igual aquí porque alguien debe hacerlo. porque hay un ciclo que fingir, una función que sostener. afuera sonrío. afuera saludo. afuera vuelo si hace falta. cargo lo que esperan de mí con una delicadeza propia de mi especie. pero adentro, apenas cruzo la puerta, me cae encima el silencio. no hay nadie esperándome. no hay aroma de pan horneado con té, no hay ruido de agua corriendo por la ducha. solo yo, este yo agotado, gastado, invisible.
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el primer gesto es quitarme la ropa. antes era automático, ahora es casi un acto de luto. desato los botones con los dedos flojos intentando que mi tristeza no se traspase a las telas. saco la camisa del pantalón, aflojo el nudo de tela alrededor del cuello. todo lo dejo caer al suelo, sin orden. no me interesa doblar nada. no hay nadie que venga a decirme que hay que mantener limpio el espacio donde vivimos. no hay “vivimos”. mientras los hilos se sueltan de mi piel, siento que me arranco también los nombres, esos que uso allá afuera, los que no quiero volver a pronunciar. porque allá soy todo lo que no quiero ser: soy útil, soy claro, soy fuerte. aquí, en esta sala vacía, intento permitirme no ser nada.
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me quito la camiseta y con ella se afloja la espalda erguida que mantuve durante horas por respeto, por mero protocolo de existir como humano que ya no tiene nada. me bajo los pantalones y me quito también la prisa, me quito la máscara. aquí dejo todo tirado: la tela, la expresión, la pretensión. quedo solo con la piel y ni eso me pertenece del todo porque siento que también ella está por desprenderse. que ya no soy carne, que soy transparencia cubierta de polvo. y aquí, en el centro de esta habitación, ya sin uniforme, sin armadura, me quedo quieto. mi cuerpo no proyecta sombra. los pies apenas tocan el suelo. me gustaría decir que me siento libre, pero lo único que siento es abandono. ya no tengo a quién volver. solo tengo el hábito de hacerlo.
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y en ese gesto de quedarme desnudo frente al espejo —espejo que a veces no me refleja—, me pregunto: ¿qué me estoy quitando realmente, además de estas prendas?
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quizá la mentira de que estoy bien.
quizá la idea de que este espacio me cuida.
quizá la última capa de lo que alguna vez fui.
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porque al final del día, lo que me quito no es la ropa. es el intento de vivir, es la voluntad de resistir. es la esperanza de que en algún rincón del mundo alguien me espere aún con el alma abierta.
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me lo quito todo. y lo único que queda,
es nada.