Exceso de sodio, azúcar y grasas

Una versión descafeinada

que no te acelerara tanto,

pero que supiera a café.

Un dulce con algún edulcorante.

Un taco de pastor… de hongos.

Eso querías de mí:

un sustituto que fuera leve,

que no hiciera daño.

Pero yo no puedo ser sana

solo porque eres intolerante

a mi intensidad.

Esto soy.

Y fue cómodo,

siempre y cuando no tuvieras

que tenerme en la alacena

todos los días.

Con el tiempo,

me volví ese cereal

que te recordaba a tu niñez.

Ese que casi nunca podían comprar

en tu casa,

por tener demasiados colorantes dañinos,

pero que tus ojos

siempre buscaban en las estanterías.

Una caricatura animada

te invitaba a escogerlo.

Así soy yo:

excéntrica,

pero todavía te recuerdo

al colorante que no se iba,

aunque te lavaras los dientes.

Al peor enemigo de los dentistas.

Al terror de los padres

que temían los episodios hiperactivos.

Yo soy

azúcar refinada,

colorante rojo 5,

lactosa

y glutamato monosódico

para ti.

Por eso no me elegiste.

Porque ahora quieres

una leche deslactosada

que no te cause estragos estomacales.

Cualquier dulce

que no te pinte los labios,

ni los dedos,

y mucho menos

te engorde.

No me quisiste

pegada a tus huesos,

ni en medio de tus vísceras.

No puedo ser

quien se parta a la mitad,

se quite el sodio,

el azúcar

y las grasas saturadas

para que tú te sientas cómodo

en tu nueva ropa.

Yo quito la vida

de poco en poco

si me consumes en exceso.

Pero en el justo equilibrio,

pude ser

lo mejor

que has tenido

en tu vida.

Pero no te atreviste.

Y yo tampoco.

No iba a hacerme pequeña

para que tú te vieras enorme

al lado de una mujer

con varios sellos de precaución.

Soy exceso.

Azúcar, grasa y sodio.

Por eso me fui.

Ya no soy más

el suavizante de telas

que te ahorra el perfume

y alisa las arrugas

de la ropa

que te pones

para otros.