Volvés un arma el silencio porque no podés dispararme de otra forma.
Volvés fósil tus ojos porque no querés sostenerme la mirada.
Volvés inmediato el abandono porque quedarte sería incómodo.
Me quedo ínfima en un rincón del living porque apelas a la cobardía de no enfrentarte al intercambio en el sillón, del que además me culpas, porque tu ego transforma todo en una arena áspera y hostil.
Y así es como invocás tu versión hermética y despiadada que no podría refutar este punto con el poder de las palabras, tampoco con disculpas y mucho menos con ternura porque hacerlo significaría quedarte con el alma en las manos, expuesto, con tus heridas abiertas.
Y así vas y evitás.
Y así voy y me lamento.
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