Nadie nos prepara para las despedidas, tampoco recibimos indicaciones sobre qué hacer al enfrentar una ausencia.
Se es feliz un día y tenemos la firme creencia de que será posible vivir de esa manera por un prolongado tiempo.
Por esa razón es que, al llegar un cambio, los tormentos comienzan a aparecer.
Pasamos de dormir acompañados a volver a tener disponibilidad de la cama completa, pero no se disfruta igual.
Todo se vuelve una lucha interna.
Por mucho que exista el deseo de mantenerse firme ante todo, tarde o temprano vuelven los recuerdos, ablandan el corazón y el alma se siente débil.
Pues las memorias y el tiempo es lo único con lo que el ser humano se queda.
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