Consuelo a mi niña
que duerme con las canciones de mamá.
Ella canta en la sala
y en dónde pueda ser escuchada.
Escribe en un diario que esconde,
le da miedo que sepan
que es una enamorada.
Llora todo el tiempo,
sus lágrimas se rompen en mitades
que intento suturar,
pero son demasiado frágiles.
Abrazo a mi adolescente,
le digo que la quiero
al oído y al bullicio,
al mundo
muy fuerte
que jamás lo olvide.
Me la arranco del pecho
para guardarla en mi habitación
rosa con sus dibujos,
la visito de vez en cuando.
Le prometo
que ya todo pasó.
Soy el destello de lo que fui,
mis cuatro paredes y mi alma
se pintaron de ellas.
Pero ahora el piso está húmedo;
la tormenta y las lágrimas cesaron.
Lo seco,
pronto cumplo veinte.
Tengo miedo.
Mi cuerpo palpita
como si una guerra llegara
como si no tuviera nada
ni un arma
para enfrentarme.
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