Las piedras son frías contra mi piel, penetran los huesos de mi espalda queriendo hacerse notar detrás de mi columna, pero hoy el pasto guarda el rocío de la madrugada que lloró sus secretos sobre él y suaviza los dolores, buscando confidente que las acurruque bajo los soles de primavera que nacen estando frescos. Sube el sol, el cielo es ahora de colores que saben tu nombre y se entrelazan formando los poemas que recitabas antes de ir a dormir, pero ya no los reconozco como míos ni los convierto en plegarias para hacerte infinita. La brisa limpia mi mente y vuelvo a ser niña debajo de este árbol.
Estoy hecha de ingenio, de desastres naturales. Soy alegría y en la boca me saliva la nostalgia. Soy todo eso sucesivamente, inmediatamente. He estado dormida por lustros, cuidando los pasos de otros, resguardada bajo el ala de un ave que me cantaba melodías, pero estoy de pie, las piedras ya no me lastiman y mis ojos no esconden la verdad; hoy soy apenas mujer y ahora amo y odio.
Estoy hecha de raíces que bajan por la tierra, viajan yendo a la profundidad del mundo sólo para reconocerse entre átomos y materia en la que me convierto. Transformo los temblores que me vibran por la piel y los hago parte de un todo, dejo que convivan sobre tierras húmedas, que bailen entre oscuridad y busquen su camino de regreso a mí, quieta debajo del cielo, vuelta luz. Puedo ver almas que buscan volver a sus senderos, pero yo ya estoy acá, le pertenezco a este pedazo de tierra guardiana de flores y hormigas, donde toco cada tallo de flor y me regresa el saludo del viento.
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