El amor me parece la fuerza más transformadora, la que rige nuestras vidas y nos guía. Sin embargo, como error cultural, hemos llegado a creer que solo puede experimentarse a través de una pareja.
Nos enseñaron a pensar que amar y ser amados es algo exclusivo, reservado para una sola persona en un momento especial. Pero el amor es mucho más amplio: es general, universal, y lo encontramos en todo. No reconocer lo valioso que es nos hace vivir desconectados. Nos priva de gratitud y de entender que estamos acompañados incluso en los días en que más solos nos sentimos.
Creemos que nos falta algo, cuando en realidad solo necesitamos ver con otros ojos.
Crecimos con la idea de que debemos esperar a que llegue la persona indicada en el momento correcto, porque sin eso, no estamos completos.
Nos dedicamos a esperar.
Pero, mientras eso pasa, la vida se llena de amor real.
Solo que no lo vemos porque no tiene la forma que esperábamos, ni se parece a lo que nos dijeron que debía ser.
Está en ese amigo que te escucha hablar durante una hora sin interrumpirte.
En tu mamá, que te guarda tu comida favorita.
En tu hermana, que te abraza sin motivo.
En quien te da paso en la calle.
En quien comparte su paraguas contigo sin conocerte.
En quien te espera bajo la lluvia.
En quien te cubre mientras duermes.
El amor no se limita a un tipo de relación. Se multiplica y se expande.
No hay que estar enamorado para sentirse valioso, porque esa calidez también puede encontrarse en la cotidianidad, en los pequeños gestos del día a día.
En los vínculos,
en los amigos,
en la familia.
En una taza servida,
en una nota escrita a mano,
en un “¿llegaste bien?”,
en una risa,
en una conversación.
Quizá la clave no está en seguir buscando desesperadamente algo que llene un vacío, sino en abrir los ojos a lo que ya está lleno de amor.
A lo mejor el amor no nos faltaba.
Solo que no sabíamos nombrarlo.
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