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Estamos en París

Nov 3, 2025

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Estamos en París
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-Salgamos a caminar- te dije, y salimos de tu departamento 3c en calle 29. Era medio de noche y en un rato me volvía a un pueblo que todavía me espera. En La Plata, en cambio, me quedas vos y una parte de mí. Nunca me gustaron las despedidas.

Salimos a caminar y pasamos por diferentes plazas. Observamos personas y les inventamos vidas emulando voces finas y gruesas. En un momento, en el ritmo de ese caminar, se apareció en mi vista un balcón dorado que era luz de una esquina oscura, algo lúgubre. Brillaba con una luz cálida, donde seguramente vive alguien cálido, que no coincide con el aspecto general del edificio. Siempre tuve un gusto por mirar hacia arriba, en prestar atención a las ventanas, a sus ornamentos, a sus personas. Las esquinas en La Plata son distintas, algunas más estrechas. Esta esquina de la que hablo tambien era estrecha y en consecuencia su arquitectura también. Comencé a hipotetizar sobre la vida de la persona dueña de ese balcón y vos me escuchabas. Allí debe vivir una chica, una chica dulce en una pensión de gente que, al igual que ella, piensan solo en el presente, en el día a día. Gente que vive bien en la incertidumbre. Mi profesor de Literatura argentina dice que no entiende a esas personas sin proyectos, aquellas que no saben qué van a hacer mañana. Yo nunca pude organizarme demasiado pero es cierto que no se llega a ningún lado viviendo de esa forma.

Pero la noche estaba oscura y ese balcón daba luz. Su alrededor oscuro lo apretaba, pero él era en sí mismo el único balcón que importaba. Y un poco pensé en esa persona que no conozco y en la vida que me gustaría tener. Un poco quise ser ella,

un poco quise vivir en la esquina lúgubre de balcón cálido.

Seguimos camino, se hizo más de noche y caminaba apretada a tu cuerpo. Mi pierna izquierda con tu pierna derecha iban a un mismo ritmo, a un mismo lugar. Mi cuerpo ya no caminaba por su cuenta: iba con vos y en vos, en un mismo impulso.

Hasta que empezamos a caminar por una vereda distinta, que en sus costados tenía faroles de forma redondeada como luciérnagas. En cada poste había tres de esas esferas que de alguna manera embellecen a esa ciudad grande que según tu abuela tuvo tiempos mejores. Y mientras caminábamos disfrutaba de esas luces y de tus ojos mirándome. “Estamos en parís” me susurraste en la oreja, y largue una risa. Me invadió la ternura de entender que no importa donde esté, con vos es París en todos lados.

sielmundofueramio

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