Regurgitar. Empañar el vidrio con aliento. Simular la lluvia, el viento.
Una lámpara encendida a las dos de la tarde un día de tormenta. El sonido perforador del goteo de una canilla.
Flores marchitas en un jarrón, tierra seca en una maceta.
La cama destendida. El zumbido desquiciante de una mosca en el calor. Un visitante aplaudiendo frente a una casa sin timbre.
El hambre de la adolescencia, abrir cinco veces la heladera y cinco veces encontrarme con el disgusto de que no esté ahí lo que yo quiero.
Las horas vacías. El tiempo indomable, insaciable del encierro. Las agujas del reloj marcando cada segundo que pasa.
Estar siempre entre una cosa y la otra. Entre salir y volver, entre el lunes y el fin de semana, entre el invierno y el verano, entre empezar y terminar. Siempre yendo, siempre a la espera de la próxima cosa. El des-tiempo de estar siempre buscando, siempre en estado de tránsito.
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