Dicen que si alguien no tiene amigos, por algo será, pero yo sé que la vida no funciona con fórmulas tan simples.
Los vínculos no obedecen reglas: se expanden, se desgastan, mutan, como si cada encuentro fuera apenas un instante en el largo proceso de llegar a ser.
No siempre es culpa, ni falla, ni desinterés:
A veces las rutas dejan de coincidir, las heridas nos vuelven más selectivos,y hay versiones de uno mismo que ya no encajan con lo que algún día fuimos.
Reconstruí vínculos que no prosperaron, abracé otros nuevos que después se deshicieron, dejé ir silenciosamente a quienes ya no tenían lugar en mi presente.
Y así, sin escándalos ni despedidas, un día me encontré en absoluta soledad.
No sin gente alrededor, pero sin ese refugio que alguna vez llamé “amistad”.
Durante mucho tiempo creí que debía tener amigos como un sello de pertenencia, una credencial para sentirme valiosa, elegible.
Pero la amistad no ocurre por decreto: no nace del miedo a la soledad, ni de la nostalgia, ni del intento forzado de encajar.
A veces uno se aleja porque crece; otras porque se cansa de cargar el silencio ajeno; otras porque entiende, al fin, que nada vale más que sentirse en paz.
Entre todo eso estuvo la última persona que consideré una amiga: la de la infancia y la adolescencia, esa que creí inmune al paso del tiempo.
Nos reencontramos después de 4 años y el vínculo parecía intacto: lo bueno seguía igual, y lo no tan bueno también.
Eso mismo que, en silencio, nos había separado la primera vez.
Mi casa fue su casa; compartimos cama, gimnasio, meriendas, tatuajes y hasta un sueño ingenuo y tierno: tener hijos al mismo tiempo para que también sean amigos.
Cito una frase de Transitares, de Camila Arsaut:
“Si de algo tengo certeza, es de que la distancia no es sinónimo de ausencia”.
Me mudé lejos. Sí. Pero la distancia entre ella y yo nunca fue kilométrica. Fue perceptiva y mental.
Siempre estuvo latente, solo que yo no la supe ver.
Me cansé del “te hablo cuando necesito”, “nos juntamos porque hoy mi novio sale”, “vamos a tal lugar porque A MI me gusta”. "Te cuento mis cosas pero no le presto atención a las tuyas".
Y al final resultó ser que no hubo pelea ni discusión; solo mensajes que no volvieron y un vacío que se estiró hasta volverse respuesta definitiva.
Meses después mi familia la vió en un lugar y ni siquiera preguntó por mí.
Como si yo hubiese sido un paréntesis olvidado en una vida que nunca existió.
Varias veces le di vueltas al asunto, pensando que había hecho algo mal; buscando dónde es que estuvo mi error y eso es lo más triste. Dudé de mí. Extrañé, cuestioné, duelé.
La primera vez que nos alejamos, fui yo quien volvió a escribirle, entendiendo que éramos dos adolescentes haciendo lo que podían con sus vidas.
Esta última vez no sería igual. Ya éramos adultas, y me negué a ser yo quien diera el primer paso, porque finalmente entendí que no le importaba tanto mi amistad como a mí la de ella. Entendí que no me sirve sostener vínculos sola, que de nada vale escribirle a quien no responde, ni insistir donde ya no hay lugar. Y creo que por eso me rendí.
No con tristeza, sino con la serenidad de quien reconoce su propio límite.
Por eso en base a mi experiencia, lucho con la idea de que no tener amigos no es señal de ser una mala persona.
Yo sé quién soy. Sé lo que doy.
Sé cómo funciono cuando quiero de verdad.
Sé que no me escondo, que escucho, que acompaño.
Pero también sé esto:
Hay quienes tienen amistades que duran décadas; yo durante toda la vida tuve estaciones.
Gente que pasó, dejó algo, y siguió su camino.
Y estoy aprendiendo a no leer eso como un fallo.
A veces igual —y lo admito— me gustaría tener a alguien permanente con quien compartir la vida sin pensarla tanto.
Si llega, estará bien.
Y si no llega, también.
Si vuelvo a tener una amistad, ojalá que sepa ser refugio.Y si no, que mi hogar siga siendo yo.
No olvido y agradezco a quienes aparecen en el momento justo, quienes saben mi valor y a quienes yo también sé valorar.
No necesito verlos todos los días, ni hablar siempre, ni llamar “amistad” a lo que simplemente es sincero.
Hay vínculos que no piden etiquetas porque se sostienen solos.
Gracias a ellos por ser parte de mí.
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